En
la industrializada ciudad de Birmingham,
Reino Unido,
de los años
20,
Thomas Shelby (Cillian
Murphy)
es un joven soldado
que
vuelve a casa tras luchar en la Gran
Guerra
junto a los franceses para hacerse
cargo del negocio familiar:
una pequeña asociación mafiosa centrada en el
juego ilegal y las carreras amañadas.
Las ansias de los hermanos Shelby por aumentar su poder atraerán la
atención de un curtido
capitán de policía
recién llegado de Belfast, todo acompañado por la música de Nick
Cave
y The
White Stripes.
Política,
historia, intriga y vaivenes personales
garantizados en esta producción de la BBC.
La
serie pone el acento en las dificultades de Thomas por liderar la
organización, hacerla crecer mientras lidia con los enemigos
internos, externos, y con los propios sentimientos afectivos que le
provoca una camarera, que en realidad es una policía encubierta.
La
ciudad es un personaje más en un tiempo en que fue llamada “la
locomotara de la revolución industrial”. Altos hornos,
proletariado paupérrimo, whisky irlandés a raudales, canales con
barcazas para el contrabando y locales de apuestas hípicas, legales
e ilegales. Desde un barrio obrero alrededor de los altos hornos
asistimos a la ascensión de los Shelby, comandados por el segundo de
los tres hermanos varones. Una ascensión inevitablemente violenta
que corrompe cuanto toca, policía incluida, al parecer uno de los
métodos más eficaces para alcanzar el éxito. El maquiavélico
Winston Churchill y un emergente IRA son telones de fondo
ocasionales.
Naturalmente,
el ascenso económico y social de los Shelby conlleva su integración
en la alta burguesía británica y en su rancia aristocracia. De la
humilde oficina de apuestas de Birmingham pasamos al exclusivo
reducto de propietarios en el derby de Epsom con la presencia del Rey
Jorge.
La
historia sobre una familia gángsters de medio pelo volcada en la
apuestas ilegales, extorsiones y asesinatos ha acabado derivando en
una dinastía al estilo de los Corleone o los Soprano, con sus
lealtades y sus fracturas.
La
solidez del reparto sigue siendo una de las mejores bazas de la serie
creada por Steven
Knight.
Con Murphy a la cabeza, en un personaje frío e implacable que
arrastra a sus hermanos con consecuencias dramáticas (especialmente
al mayor, un ser trágico encarnado por Paul Anderson), y la
presencia estelar de Helen
McCrory,
una de las grandes damas del teatro británico que aquí asume el
papel de la matriarca de la familia, la tía Polly.
Nos
sumerge de lleno en sus escenarios sucios, oscuros y mugrientos y
hasta podemos aspirar el
humo de ese cigarrillo
que
Thomas Shelby siempre tiene en la boca. Mezcla
los bajos fondos, las mentiras, la crueldad o cualquier fealdad de la
sociedad con todo lo contrario, las buenas apariencias, el dinero, el
glamour de los años 20, la aristocracia… Pero siempre con un
núcleo en común: el
poder,
el querer siempre más y acabar tensar tanto la cuerda que muy pocas
veces consigue no romperse. Y
nada es lo que parece, cuando crees que todo está perdido de repente
hay un giro brutal en la historia que hace que no puedas ni
pestañear.
Sin
embargo,
no
todo es acción, giros de guion, planos a cámara lenta y musicotes
en la serie... el
envoltorio es espectacular aunque
no es una serie definida por el efectismo, pues
explora la oscuridad, la tortura del sentimiento de culpa y los
traumas de los personajes. Cada
victoria al final de temporada hace que el peso de la sangre Shelby
sea más intenso, como si fuera una maldición gitana.
Unos
fantasmas que no desaparecen ni con la ginebra que ha sido destilada
para la erradicación de la tristeza incurable.
La
noche del domingo 13 de mayo se entregaron los premios BAFTA de la
televisión, que este año han coronado a Peaky
Blinders
(BBC) como el mejor drama. Con su cuarta temporada, la serie centrada
en las andanzas del clan de los Shelby ha acabado con su sequía en
los galardones británicos al llevarse su primer premio.
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