(Seudónimo
literario de Lucila Godoy Alcayaga). Poetisa
y educadora chilena, galardonada en 1951 con el Premio Nacional de
Literatura de Chile.
Su poesía puede calificarse como modernista, siendo mística,
emotiva y centrada en temas cotidianos. Fue traducida a varios
idiomas, y muchos escritores latinoamericanos, como Pablo Neruda y
Octavio Paz, sintieron su influencia.
Desarrolló
una expresividad propia basada en un estilo elemental de imágenes
intensas, con el que desnudó su intimidad dolorida y un corazón
rebosante de amor, volcado (tras el amor trágico de Desolación)
sobre los niños, los desvalidos o su propia tierra, en tonos
hondamente religiosos. Su vida se movió sin pausas entre la
literatura, la docencia y la carrera diplomática, actividad esta
última por la que realizó numerosos viajes y pasó diversas
temporadas en ciudades europeas, norteamericanas y latinoamericanas,
en las que publicó la mayoría de sus obras.
De
tendencia modernista en sus inicios, su poesía derivó hacia un
estilo personal, con un lenguaje coloquial y simple, de gran
musicalidad, y un simbolismo que conecta con una imaginería de
tradición folclórica. En sus obras expresó temas como el
sufrimiento o la maternidad frustrada, así como inquietudes
religiosas y sociales que responden a su ideología cristiana y
socialista. Poetisa de acento genuino y entrañable, parte de su no
muy abundante producción está dedicada a los niños (fue maestra
rural durante quince años), y tal vez sea éste el aspecto más
conocido y celebrado de su obra. Sin embargo, su verdadera
personalidad se revela, sincera, poderosa y conmovedora, en versos
por los que circula una intimidad dolorida y una ternura en busca de
sus propios cauces de manifestación.
Su
obra pasó
por distintas etapas; en un primer momento, con la publicación de
Desolación
(México, 1922), existe un fuerte predomino del sentimiento sobre el
pensamiento, a la vez que una cercanía muy estrecha con lo
religioso. Los temas que aparecen en este libro, bajo una profunda
reivindicación del retorno a valores de una trascendente
espiritualidad, giran en torno a la frustración amorosa, al dolor
por la pérdida, la muerte, la infidelidad, la maternidad y el amor
filial, todo ello envuelto en la reflexión adulta de la poetisa, que
vivió el suicidio de su amado como una pérdida irreparable.
Pese
al lastre modernista, se aprecian ya en este primer poemario
manifestaciones de un lenguaje más sencillo, particularmente patente
en las canciones de cuna que contiene su última sección. También
en México publicó Lecturas
para mujeres
(1923), una selección de prosas y versos de diversos autores
destinada al uso escolar a la que incorporó textos propios, algunos
ya incluidos en Desolación.
Las
composiciones "para niños" son el núcleo de su segundo
libro, Ternura
(1924), en el que se advierte la pureza expresiva propia de aquella
lírica humana y sencilla que convivió con las vanguardias tras la
liquidación del modernismo; una lírica generalmente inspirada en la
naturaleza y que de hecho fue también abordada por algunos
escritores vanguardistas, que con frecuencia conciliaron la
experimentación con su interés por la poesía popular. Dedicado a
su madre y hermana, está dividido en siete secciones: Canciones
de Cuna, Rondas, Jugarretas, Cuenta-Mundo, Casi Escolares,
Cuento
y Anejo.
Para el lector adulto, el conjunto viene a expresar la pérdida de la
infancia, que es restituida, en parte, a través del lenguaje.
Con
Tala
(1938), considerada una de sus obras más importantes, Gabriela
Mistral inauguró una línea de expresión neorrealista que afirma
valores del indigenismo, del americanismo y de las materias y
esencias fundamentales del mundo. En los sesenta y cuatro poemas de
este libro se produce una evolución temática y formal que será
definitiva. Aunque en el arranque del libro el poema "Nocturno
de los tejedores viejos" sólo insinuaba un renovado tratamiento
fantástico, la sección Historias
de loca
esbozaba ya un nuevo acento que se consolidará en las siguientes,
Materias
y América,
hasta alcanzar la plenitud de su expresión en la sección titulada
Saudade,
donde se encuentran piezas memorables como "Todas íbamos a ser
reinas", en la que la poetisa rememora la infancia junto a sus
tres hermanas y evoca sus respectivos sueños, eternizados pese el
paso del tiempo mediante un lenguaje a la vez humorístico y mágico,
teñido también por momentos de un cierto tradicionalismo
folclórico.
En
Chile apareció su siguiente colección de poemas, Lagar
(1954), la última que publicó en vida. En esta obra estarían
presentes todas las muertes, las tristezas, las pérdidas y el
sentimiento de su propio fin. Un profunda originalidad convive con la
carga de tristeza y trascendencia que ya había impregnado parte de
sus primeros escritos, culminando una temática presidida por la
resignación cristiana y el encuentro con la naturaleza.
Póstumamente
aparecieron el poemario Poema
de Chile
(1967), un recorrido por la geografía, la naturaleza y las gentes de
su país, y la primera edición de sus Poesías
Completas
(1970), así como diversas antologías de sus versos y recopilaciones
de sus cartas y textos: Motivos
de San Francisco
(1965), serie de poemas en prosa dedicados al admirado San
Francisco de Asís,
y Cartas
de Amor de Gabriela Mistral
(1978).
Atenta
a los problemas de su tiempo, en el género de los "Recados"
(un tipo muy personal y elaborado de artículo periodístico,
recogidos en Recados:
contando a Chile,
1957), Mistral analizó múltiples temas, como la condición de la
mujer en América Latina, la valoración del indigenismo, la
educación de los pueblos americanos, la necesidad de elevar la
dignidad y condición social de los niños en el continente, la
religiosidad, el judaísmo y la maternidad. Sus ensayos educacionales
fueron reunidos en el libro Magisterio
y niño
(1982).
Yo
canto lo que tú amabas
Yo
canto lo que tú amabas, vida mía,
por si te acercas y escuchas, vida mía,
por si te acuerdas del mundo que viviste,
al atardecer yo canto, sombra mía.
Yo no quiero enmudecer, vida mía.
¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías?
¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía?
Soy la misma que fue tuya, vida mía.
Ni lenta ni trascordada ni perdida.
Acude al anochecer, vida mía;
ven recordando un canto, vida mía,
si la canción reconoces de aprendida
y si mi nombre recuerdas todavía.
Te espero sin plazo ni tiempo.
No temas noche, neblina ni aguacero.
Acude con sendero o sin sendero.
Llámame a donde tú eres, alma mía,
y marcha recto hacia mí, compañero.
por si te acercas y escuchas, vida mía,
por si te acuerdas del mundo que viviste,
al atardecer yo canto, sombra mía.
Yo no quiero enmudecer, vida mía.
¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías?
¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía?
Soy la misma que fue tuya, vida mía.
Ni lenta ni trascordada ni perdida.
Acude al anochecer, vida mía;
ven recordando un canto, vida mía,
si la canción reconoces de aprendida
y si mi nombre recuerdas todavía.
Te espero sin plazo ni tiempo.
No temas noche, neblina ni aguacero.
Acude con sendero o sin sendero.
Llámame a donde tú eres, alma mía,
y marcha recto hacia mí, compañero.
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