La
condesa húngara Erzsébet (Isabel) Báthory, más conocida como "la
Condesa Sangrienta", fue famosa por su sed de sangre, que sació
matando al menos a 630 jóvenes doncellas.
Según
cuentan, Isabel, sobrina del príncipe de Transilvania y rey de
Polonia por aquellos días, Esteban Báthory, tenía
la creencia de que ingiriendo sangre humana obtendría la eterna
juventud.
Este supuesto maná debía proceder, preferentemente, de jóvenes
vírgenes, por lo que comenzó con las que tenía más cerca: sus
criadas. Antes de asesinarlas, y siempre según las crónicas de la
época, las obligaba a mantener relaciones sexuales con ella,
amenazándolas con sofisticadas formas de tortura. Uno
de los instrumentos preferidos de suplicio de Báthory era un aparato
conocido como la “doncella
de hierro”,
muy apreciado por la Inquisición.
Había sido diseñado con la forma de una figura de mujer, de metal y
hueco por dentro, y en su interior tenía unas barras punzantes muy
afiladas. De modo que, al encerrar a las jóvenes dentro, éstas
morían atravesadas por los pinchos y se desangraban.
¿Asesina u oportunismo?
Por
un tiempo, la condesa pudo mantener en secreto su sangriento
capricho, pero cuando escasearon las doncellas, comenzó a organizar
cacerías nocturnas para buscar más vírgenes, cometiendo el error
de raptar a jóvenes procedentes de la nobleza. Y, entonces, el hecho
llegó por fin a oídos del emperador Matyas II, que ordenó una
investigación en el castillo y, a la luz de los horrores que
encontraron entre sus muros, Erzsébet
fue juzgada y condenada por brujería;
lo que, por otro lado, suponía una recurrente sentencia de la época
cuando se quería quitar a alguien del medio. Esto ha hecho sospechar
a algunos historiadores, que han contemplado la posibilidad de que
los muchos enemigos políticos de la condesa hicieran correr tales
historias con la intención de arrebatarle su poder.
Isabel
fue condenada a residir prácticamente emparedada en una sala de su
castillo lo que le quedaba de vida.
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