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EL PAPEL DE LA PROPAGANDA EN LA GUERRA CIVIL


En lo referente al cine, los sublevados siempre fueron a rebufo del ámbito republicano.
Los dos principales centros de producción cinematográfica en España tenían sede en Barcelona y Madrid y, en consecuencia, toda su infraestructura estuvo al servicio del gobierno de la República, mientras el bando franquista, en las primeras fases del conflicto, hubo de conformarse con los equipos cinematográficos que coyunturalmente se encontraban en Cádiz y Córdoba filmando sendas películas, Asilo naval (Tomás Cola, 1936) y El genio alegre (Fernando Delgado, 1936), cuando la región cayó en manos de los rebeldes. Ambos bandos instrumentalizaron el cine para defender la legitimidad de sus respectivas posiciones y para descalificar al enemigo y demonizarlo con el fin de alimentar el miedo y el rechazo en una población que, a través de los documentales de guerra y los noticiarios, podía visualizar los horrores y atrocidades perpetrados por el bando contrario. Con todo, el nivel de censura, y por tanto el cariz propagandístico de estos audiovisuales, era sensiblemente mayor en el bando franquista, donde las noticias debían enfrentarse a filtros preliminares antes de ser filmadas. La producción cinematográfica, fundamentalmente de documentales, se incrementó en las zonas bajo control franquista a partir de 1938, cuando el ministro de Gobernación creó un Departamento Nacional de Cinematografía que apostó por la producción del Noticiario Español, un vehículo de propaganda informativa que sentó las bases del futuro No-Do.
Los medios a su disposición en Madrid y en Barcelona permitieron a las autoridades republicanas filmar noticiarios desde los inicios del conflicto, así como multitud de documentales, entre los que destacan España leal en armas (Jean-Paul Le Chanois, 1937), con guión de Buñuel, alguna notable contribución foránea como Tierra de España, de Joris Ivens, con textos de Hemingway y guión de, entre otros, John Dos Passos, e incluso alguna película de ficción como la icónica Sierra de Teruel (1939), de André Malraux, que pudo apenas terminar de montarse en París para ser estrenada en Francia sólo después de la II Guerra Mundial. Paralelamente, fue boyante la actividad propagandística con el cine como protagonista llevada a cabo por los comunistas, a través de la productora Film Popular, y en Cataluña, a través del Comisariado de Propaganda de la Generalitat, cuya filial cinematográfica, Laya Films, produjo un número excepcional de documentales, entre los que destacan Un día de guerra en el frente de Aragón (Juan Sierra, 1936) o Enterrament de Durruti (Sindicato Único de Espectáculos Públicos, 1936).

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