Cary Grant, junto a sus tías, Priscilla Lane y Josephine Hull, en una imagen de Arsénico por compasión. |
Quien
no se ría con esta película es que realmente se toma la vida
demasiado en serio.
Arsénico
por compasión
es una comedia muy, muy loca, caótica, rodada en un escenario
ligeramente polvoriento y oscuro en el que abundan los muertos y los
psicópatas y en el que brillan como luces del viejo neón diálogos
de estupenda cepa surrealista.
Resumir
el argumento es casi imposible: se trata de un hombre, Mortimer
Brewster, crítico teatral, famoso en todo Nueva York por su feroz
defensa de la soltería, que descubre que sus dos amables y ancianas
tías, así como su siniestro hermano mayor, son laboriosos homicidas
y que procura arreglar las cosas antes de irse de
luna de miel (se ha casado con la hija de un pastor: protestante, por
supuesto). Es decir, un argumento enrevesado y poco gracioso. Y sin
embargo, Arsénico
por compasión,
y sobre todo su primera parte, es simplemente desternillante, una
comedia llena de vida, de ritmo desenfrenado, imposible de olvidar.
Dado
que el director es Frank Capra (¡Qué
bello es vivir!),
se podría pensar que esta película tiene, como casi toda su obra,
un toque sentimental y, según algunos, algo blando. Pero no es así.
Arsenic
and old lace
(título original) no tiene ni la menor traza moralizante. Las
viejecitas son encantadoras, pero su pretendida compasión es dura
como el pedernal: hombre solitario al que conocen, hombre solitario
al que envenenan con su rica infusión de té de bayas. La idea no
fue de Capra, sino de Joseph Kesselring, un actor y cantante
convertido en autor teatral que logró un gran éxito en Broadway con
esta pieza, escrita (qué tiempos aquellos) en tres semanas. Cuentan
que Capra se lanzó literalmente sobre el escenario al acabar la
representación para comprar los derechos para el cine. "Una
corazonada", escribió en sus memorias, "es creatividad
intentando decirte algo". El guión fue finalmente obra de
Julius y Philip Epstein (los mismos de Casablanca),
y la película se rodó en ocho semanas porque había que aprovechar
el "préstamo" de algunos de los actores que interpretaban
la obra en el teatro: sobre todo de las dos viejecitas, unas
maravillosas Josephine Hull (tía Abby) y Jean Adair (tía Martha).
Capra intentó que le "cedieran" también al muy famoso
Boris Karloff, que interpretaba en el escenario al hermano loco de
Mortimer y protagonizaba un gag
memorable: operarse para parecerse a ¡Boris Karloff! No fue posible,
y el papel fue para un digno Raymond Massey. Aunque el mejor
secundario de la película es, como siempre, Peter Lorre, bordando,
en clave humorística, uno de sus típicos papeles de pelota
redomado.
La
interpretación más sorprendente de todas es la de Cary Grant. El
actor reconoció que se lo había pasado en grande en el rodaje, pero
siempre insinuó que no había quedado muy satisfecho de su papel,
porque Capra le había obligado a sobreactuar. Y eso era algo que a
Cary Grant no le gustaba nada, encantado como estaba con su imagen
elegante y su capacidad para mantener el tipo pasara lo que pasara.
(Seguro que hubiera disfrutado interpretando a James Bond). Grant
explicó su objetivo profesional: "Siempre me interpreto a mí
mismo a la perfección". En Arsénico
por compasión
Capra no le dejó en paz hasta convertirle en un auténtico payaso.
Mortimer fue el papel más loco de toda su carrera. Tuvo que hacer
muecas, dar vueltas a los ojos como un poseso y entrar y salir
vertiginosamente por puertas y ventanas: "La locura corre por
las venas de mi familia. Mejor dicho, galopa". Y, a su pesar,
Grant hizo una interpretación a galope tendido. En algunos momentos
llega a recordar a los actores cómicos de cine mudo.
Al
fin y al cabo, Frank Capra se inició en el cine dirigiendo al gran
Harry Langdon (que casi enloqueció intentando competir con Buster
Keaton y Chaplin). Aunque no haya pasado a la historia del cine por
eso, sino por representar mejor que nadie el sueño americano. Él,
que había nacido en Palermo y emigrado a los seis años, conectó
mejor que cualquier otro director con las emociones cotidianas de
millones de norteamericanos que luchaban con la Gran Depresión y que
apreciaron su optimista visión de una felicidad y justicia
seguramente lejanas, pero posibles. Gente que no compartía la idea
de que aquel que ríe es el que aún no ha oído las últimas y malas
noticias y que soñaba con la mezcla de comicidad y sentimentalismo
que le presentaba Capra.
Es
muy posible que para los espectadores de hoy sea mucho más atractiva
su parte cómica que la más ideológica. A Capra se le ha acusado
muchas veces de ser "un director útil al servicio de un
optimismo inútil", de difundir mensajes conformistas, comedias
"sociales" en las que los individuos, uno a uno, eran
capaces de triunfar sobre malvadas tramas de corrupción o sobre la
indiferencia de los hombres realmente poderosos. El máximo ejemplo
sería, precisamente, su famosísima ¡Qué
bello es vivir!,
estrenada dos años después de Arsénico
por compasión
y que, curiosamente, marcó su acelerada y muy brusca decadencia.
Pero quizá fuera más justo relacionarle con un escritor ahora poco
recordado pero de gran éxito en aquella misma época, William
Saroyan, hijo de inmigrantes armenios, que tuvo también momentos
magníficos (como la muy injustamente olvidada Mi
nombre es Aram)
y libros como su Human
comedy,
que responden a ese mismo espíritu de identificación casi visceral
con el llamado "sueño americano", el canto al individuo y
a la candidez que significó Capra. Casi es sorprendente que el
director de cine no llevara a la pantalla la historia de Homer, el
adolescente que reparte los telegramas en el pequeño pueblo de
Ithaca durante la II Guerra Mundial y que se convierte en el testigo
de la vida, las penas y alegrías, de sus convecinos.
Es
verdad que fue gracias a estas comedias a lo que Frank Capra
consiguió lo que ningún otro director antes: que su nombre figurara
por encima del título de la película, algo reservado hasta entonces
a las grandes estrellas y que él mismo valoró tanto como para
grabarlo a fuego en la portada de su libro de memorias. Pero también
es posible que hoy día Arsenic
and old lace
esté mucho más viva que algunas de aquellas otras amables, y a
veces dudosas, historias. Aquí no hay el habitual y típico paso de
la risa a las lágrimas que tanto cultivó Capra. Aquí no hay más
lágrimas que las que puedan provocar las propias carcajadas. Y quizá
esta loca farsa de humor negro, un monumento al culto del gag,
haya dejado realmente su marca en la historia del cine. ¿No
recuerdan en algunas ocasiones sus golpes más ingeniosos a los
mejores momentos de los Monty Phyton? Y las surrealistas cargas de
Teddy Brewster cuando, convencido de que es Roosevelt, confunde la
escalera de su casa con San Juan Hill, escenario de una de las
batallitas del presidente norteamericano, ¿no han estado quizá
presentes en algunas famosas películas cómicas de los años
setenta? Lástima que Capra no consiguiera terminar esta película
como quería: en lugar de que Mortimer explicara a su mujer que no
tenía por qué preocuparse por la locura familiar pues él había
sido un niño adoptado, intentó que el protagonista gritara:
"Alégrate, soy un bastardo". Lo mejor para disfrutar de
esta película es recordar la recomendación del gran Bernard Shaw:
"Nadie dijo que la vida fuera fácil, hijo mío, pero ten valor:
puede ser deliciosa".
El papel más divertido de su vida
Realizada
en 1944, Arsénico por compasión está interpretada en sus
papeles principales por Cary Grant, Priscilla Lane, Josephine Hull,
Jean Adair, John Alexander, Raymond Massey, Jack Carson, Edward
Everett Horton, Peter Lorre y James Gleason.
Productor
y director: Frank Capra. Guión: Julius J. Epstein y Philip G.
Epstein, basado en la obra de teatro de Joseph Kesselring. Música
original: Max Steiner. Fotografía: Sol Polito. Montaje: Daniel
Mandell. Dirección artística: Max Parker.
Sobre
esta disparatada y genial comedia de humor negro, su protagonista,
Cary Grant, reconoció siempre que fue el rodaje en el que más había
disfrutado en su larga carrera, sin duda por la libertad de acción
que le permitió su responsable, Frank Capra. Grant está exultante,
probablemente sobreactuado y magistral.
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