La
tensión de la adolescencia de Tomás llega a un punto de no
retorno cuando viaja con su familia al pequeño pueblo de
veraneo en el que suelen pasar las vacaciones. Todo empieza a
suceder de pronto como en un encadenamiento inaplazable: el
descubrimiento del sexo y de la violencia, la muerte, la
transgresión… Tomás se descubre a fogonazos, como si no
pudiera evitar que su inteligencia fuese un paso por detrás de sus
acciones, hasta que la dinámica de las cosas le lleva a
participar en un acto que no puede perdonarse a sí mismo. Es
entonces cuando se siente obligado a sentarse frente a la única
persona que le puede juzgar y perdonar.
“Agosto,
octubre” es una de esas novelas que tiene el valor y la
maestría de agarrar del cuello a esa edad tan ambigua, desprotegida
y violenta de la adolescencia.
Andrés
Barba resuelve el tapiz con la maestría psicológica que le ha
convertido en uno de los escritores de referencia de su
generación: un cóctel explosivo entre el Pavese de El
bello verano y
los adolescentes de Gus Van Sant en Elephant.
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