En alguna ocasión hemos oído o incluso utilizado la expresión “Todos los caminos conducen a Roma”, pero seguro que son pocos los que se han preguntado de dónde viene, averiguémoslo:
El emperador Augusto ostentó entre sus cargos el de curator viarum, algo así como el encargado de mantener las vías públicas, e hizo levantar en el año 20 a.C. un monumento que indicaría el punto ideal donde convergerían todos los caminos del Imperio. Se encontraba en el mismo foro de Roma y se denominaría milliarium aureum. En ella se grabaron los nombres de las principales ciudades del Imperio indicando la distancia que las separaban de Roma.
Actualmente se puede encontrar lo que queda de ella junto a la antigua tribuna de los oradores en frente del templo de Saturno. Era una columna de mármol de poco más de un metro de altura, forrada con láminas de bronce dorado.
Los miliarios o piedras miliares eran columnas generalmente cilíndricas de granito, con un diámetro de 50 a 80 cm y una altura comprendida entre 2 y 4 metros, que se colocaban al lado de las calzadas romanas para señalar las millas romanas (distancias cada mil pasos dobles romanos o passus), equivalentes a 1.481 metros.
Los primeros datan del final de la República aunque, tras las mejoras realizadas en las calzadas romanas por el emperador Augusto, se construyeron en mayor número y con mejores materiales. Es a partir del siglo IV cuando perdieron su función indicativa para transformarse en un elemento de propaganda política. Tras las invasiones bárbaras las calzadas y los miliarios dejaron de mantenerse para, finalmente, desaparecer. En la parte oriental del Imperio aún se siguieron utilizando hasta el siglo VI pero, al estar escritos en latín, la población no los entendían.
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