El té es una bebida inglesa, quizás la bebida inglesa por excelencia, pero las bolsitas de té no son un invento británico sino estadounidense. Y de hecho son un invento de esos surgidos de la casualidad. Las bolsitas de té estaban pensadas para otro fin, o mejor dicho, para otro uso, pero acabaron conquistando el mundo.
En la primera década del siglo XX, Thomas Sullivan, un comerciante de Nueva York, comenzó a enviar a su clientes pequeñas muestras del té en lata que vendía. Las muestras las metía dentro de unas bolsitas de seda, sencillamente como envoltorio. El comerciante esperaba que sus clientes, al recibir las muestras, actuaran de igual forma que cuando se preparaban una infusión usando el té de una lata: sacaran el té de su envoltorio y se prepararan la infusión. Pero como uno nunca puede saber qué va a hacer un cliente, Sullivan se encontró con que no pocos de los que recibían la muestra tomaban la bolsita de té como un producto listo para consumir. No sacaban el producto de la bolsa y se hacían la infusión tal y como hoy la hacemos habitualmente, sumergiendo directamente la bolsa en agua caliente.
No tardaron en llegar los comentarios de los clientes dándole a Sullivan la enhorabuena por la idea de las bolsas, supongo que por la comodidad en su uso, y lógicamente le pedían el producto así preparado. Sullivan se vio casi obligado a producir las bolsas para su venta directa, aunque cambiando la seda por gasa. En nuestros días el material usado es el papel, pero seguimos usando el invento que Sullivan, casi por casualidad, logró popularizar.
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