Saber
entender lo que se lee resulta fundamental para conducirse con
autonomía por la vida, así que es un fracaso social constatar que
los niños naufragan a la hora leer de un texto.
Según
el informe Progress in International Reading Literacy Study (PIRLS),
un estudio elaborado cada 5 años por la Asociación Internacional
para la Evaluación del Rendimiento Educativo (IEA), la comprensión
lectora
continúa siendo una de las asignaturas pendientes del sistema
educativo español. Los resultados del National Assessment of Adult
Literacy arroja resultados peores: 93
millones de personas en Estados Unidos leen a un nivel básico o
inferior.
Estados
Unidos es un país con cifras particularmente pesimistas, pues la
comprensión lectora de los niños está por detrás de la mayoría
de países occidentales: solo
un tercio de estos lee con el nivel de comprensión y a la velocidad
que corresponde a su edad.
Si el análisis se centra en niños de origen africano o latino,
entonces el porcentaje se eleva a la mitad.
Estas
dificultades con la lectura,
además, están detrás de muchos casos de abandono escolar, tal y
como ha señalado la exconsejera delegada de Literate Nation y
filántropa Cinthia
Coletti
en su libro Blueprint
for a Literate Nation How You Can Help.
Lo que a su vez supone un menoscabo también a nivel económico de
todo el país.
Familias
desfavorecidas: principales perjudicadas
La
mayoría de los casos de niños con problemas de comprensión lectora
proceden
de entornos desfavorecidos
donde nunca se escuchan determinadas palabras propias de un
vocabulario rico o donde hay escasez de libros
y/o poca tradición de leerlos.
Además
de todo ello, no es raro que los padres no hayan leído ni un solo
libro a estos niños antes de cumplir los cuatro o cinco años, como
ha sugerido el análisis del economista James
Heckman
y sus colegas de la Universidad de Chicago en Giving
Kids a Fair Chance:
es la clase social y el dinero lo que finalmente incidirá
significativamente en el lenguaje temprano y el desarrollo cognitivo
de los niños.
Y
es que leer no solo se asocia con el desarrollo de la inteligencia
verbal (aumento del vocabulario), sino que también se relaciona con
capacidades no verbales (destreza de razonamiento).
El
período crítico para establecer las bases futuras de la lectura,
pues, parece establecerse entre los 0 y los 5 años, es decir, los
primeros 2.000 días de vida.
A finales de 1990, el Departamento de Educación de Estados Unidos
efectuó uno de los estudios a mayor escala, el ECLS (Estudio
Longitudinal de la Primera Infancia), que estableció la siguiente
correlación: un niño con gran cantidad de libros en casa tiende a
tener mejores calificaciones que uno sin ellos.
Igualmente,
los
siguientes 2.000 días,
cuando los niños aprenden a leer y son las escuelas las que se
encargan de su formación, deberían fortalecerse invirtiendo en
programas más completos para llenar las primeras lagunas en el
lenguaje
y el aprendizaje, antes de que lleguen a consolidarse. Esto no
significa promover que los niños aprendan a leer precozmente, sino
que lo hagan cuando sea apropiado, después de haberse relacionado
con un lenguaje rico, unas lecturas
compartidas y demás elementos educativos.
Obligar
a aprender a leer antes de tiempo, de hecho, puede resultar
contraproducente: en un estudio realizado por la especialista en
lectura Usha
Goswami
y su equipo, se sugirió que los niños europeos que aprendían a
leer a los cinco años lo hacían peor que aquellos que empezaban a
leer a los siete.
Así
pues, resulta perentorio combatir el déficit de la comprensión
lectora, pero más para equilibrar el desajuste que hay entre
familias desfavorecidas respecto a las más favorecidas, y también
seguir
evaluando la forma cómo las pantallas pueden estar influyendo en los
hábitos de lectura.
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