Al personaje de Don Quijote siempre se le han atribuido, con razón, las características de un ser soñador, iluso e idealista.
A
lo largo de la Historia ha habido multitud de caballeros andantes de
los que Cervantes hizo un modelo satírico al que llamó don Quijote.
Tal
es la fuerza de la personalidad que el escritor le otorgó al ilustre
hidalgo, que éste
se convirtió en un arquetipo humano con
una vigencia histórica y literaria permanente.
Por
ello, la expresión “ser un quijote” pasó
a formar parte del acervo cultural de la lengua castellana.
Significa
ser una persona idealista, que lleva
al extremo el cumplimiento de valores propios de dichos caballeros
como
la cortesía, el coraje, la generosidad, la justicia, la
perseverancia y, por supuesto, la caballerosidad con las damas.
También
recogemos un adjetivo referente al ingenioso hidalgo: quijotesco, e
incluso se utiliza quijotería refiriéndose a la conducta de aquél
que está
convencido de la existencia de cosas que,
en realidad, son imaginarias o que se esfuerza por realizar cosas
imposibles.
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