Ahora
sabemos que en la antigua Asiria, el imperio que ocupó el lugar de Mesopotamia hace 3.000 años, se hacían rituales mágicos destinados
a calmar a los niños llorones.
El
asiriólogo de la Universidad de Chicago Walter Farber ha
traducido dos encantamientos destinados
a callar los llantos de los bebés asirios
que estaban -junto a otros rituales mágicos- en una tablilla
encontrada en la antigua ciudad de Nínive. Al parecer esa tablilla,
escrita en un dialecto del acadio, formaba parte del conjunto
de textos que debía aprender quien quisiera convertirse en
hechicero.
En Babilonia los
encantamientos se atribuían a una o más deidades, pues se
pensaba que habían sido compuestos por los dioses y entregados a los
hombres;
entre esos hechizos se encontraban los que servían para consolar a
los bebés inconsolables. Se cree que el ritual mágico consistía en
la unción con aceites del bebé y el recitado continuo, lo más
seguro que cantado, del encantamiento.
Hoy
a esos encantamientos los llamamos canciones
de cuna.
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