Algunos miembros del orden Strigiformes, entre los que se cuentan las lechuzas, los búhos o los mochuelos, son capaces de girar su cabeza 270 grados.
Al
igual que otras rapaces nocturnas, los búhos poseen
una visión muy aguda, sobre todo en condiciones de poca luz. Sus
ojos,
sin embargo, se
mantienen fijos,
por lo que han
de rotar el cuello para seguir el movimiento de los objetos.
De hecho, consiguen girar la cabeza hasta 270 grados, y ello sin que
se resientan sus tendones y sin que se compriman excesivamente sus
vasos sanguíneos, por lo que no se interrumpe el suministro de
sangre al cerebro.
Para
ello, han desarrollado varias adaptaciones anatómicas. Un grupo de
investigadores de la Universidad Johns Hopkins, en EE. UU., ha
descubierto, por ejemplo, que una
de las principales arterias que nutren los sesos de estos animales pasa
a través de unas cavidades en las vértebras diez
veces más grandes que el propio vaso sanguíneo.
En el espacio que queda se forman bolsas de aire que permiten que
este se mueva sin problemas cuando el ave retuerce el cuello.
La
forma en que están dispuestas sus catorce vértebras cervicales –los
seres humanos poseemos siete– favorece
esta prodigiosa flexibilidad,
en la que también influye el hecho de que solo cuentan con un punto
de articulación entre el cráneo y la primera vértebra, lo que se
conoce como cóndilo occipital. Por el contrario, nosotros tenemos
dos.
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