Poeta
y dramaturgo español del Siglo de Oro, máximo exponente de la
corriente literaria conocida, más tarde y con simplificación
perpetuada a lo largo de siglos, como culteranismo o gongorismo, cuya
obra será imitada tanto en su siglo como en los siglos posteriores
en Europa y América.
En
sus primeras composiciones se adivina ya la implacable vena satírica
que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo
ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y
culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a
la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula
de Píramo y Tisbe
se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta
entonces se habían mantenido separados.
Aunque
en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso»,
no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que
conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A
pesar de que no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas,
éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas.
Su
fama fue enorme durante el Barroco, aunque su prestigio y el
conocimiento de su obra decayeron luego hasta bien entrado el siglo
XX, cuando la celebración del tercer centenario de su muerte (en
1927) congregó a los mejores poetas y literatos españoles de la
época (conocidos desde entonces como la Generación del 27) y supuso
su definitiva revalorización crítica.
Compuso
los poemas extensos Soledades
y
la Fábula de
Polifemo y Galatea,
ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal.
Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas
contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso
«indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del
Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con
todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e
incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto
contra
las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien
quisiere ser culto en sólo un día... Sin
embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran
recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado
hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los
hombres cultos».
El
estilo gongorino es sin duda muy personal: su lenguaje destaca por el
uso reiterado del cultismo, sea del tipo léxico, sea sintáctico
(acusativo griego o imitación del ablativo absoluto latino). La
dificultad que entraña su lectura se ve acentuada por la profusión
de inusitadas hipérboles barrocas, hiperbatones y desarrollos
paralelos, así como por la extraordinaria musicalidad de las
aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado.
Su
peculiar uso de recursos estilísticos, que tanto se le criticó,
ahonda de hecho en una vasta tradición lírica que se remonta a
Petrarca, Mena o Herrera. A la manera del primero, gusta Góngora de
las correlaciones y plurimembraciones, no ya en la línea del
equilibrio renacentista sino en la del retorcimiento barroco. Sus
perífrasis y la vocación arquitectónica de toda su poesía le dan
un aspecto oscuro y original, extremado si cabe por todas las
aportaciones simbólicas y mitológicas de procedencia grecolatina.
El
poeta más original e influyente de todo el Siglo de Oro español. Su
obra poética rompe moldes e inaugura un nuevo lenguaje cuya
virtualidad, aún insuperable, sigue marcando rumbos en la poesía
contemporánea.
Lo
luminoso y lo oscuro en Góngora surgen de una misma raíz proteica,
capaz de enfrentar el doble espejo en el que todos nos miramos,
ampliando, a la vez, la dimensión de sus límites. Polifemo
y
Las
Soledades se
constituyen como las dos obras más imaginativas y complejas de la
poesía universal, retando la inteligencia y la razón humanas,
mostrándonos un camino que nadie como él supo vislumbrar.
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