Se ha dicho que el teatro en Japón es un sistema filosófico puesto al servicio del entretenimiento.
El
teatro japonés constituye uno
de los grandes logros de esta cultura.
Al
margen del concepto occidental de teatro derivado de Grecia,
ha ido evolucionando a lo largo de los siglos en busca de la
perfección, sin
salirse de unas normas fijas que persiguen suscitar la emoción
dramática por
medio de la elegancia y la belleza.
Su
historia es tan compleja, posee tantas ramas y estilos que para
conocerlo a fondo se precisan años de estudio.
Sus
dos modalidades más conocidas son el noh,
que surge
en el siglo XIV,
y el kabuki,
que lo hace en el XVII.
Ambos
ponen
en escena dramas musicados y danzados,
pero con grandes diferencias. El actor de noh
debe dominar el canto y el baile, y ser capaz de encarnar a un
anciano, un guerrero o una mujer. La acción no discurre (aunque
puede hacerlo) de manera lineal, sino que alterna
pasado con presente,
o incluso puede retroceder del hoy hacia el ayer. El kabuki
surgió
como una alternativa del noh
que
terminó consolidándose en un estilo propio. Fijó un escenario
consistente en una plataforma giratoria con ramificaciones en forma
de pasarelas (hanamichi)
entre el público, lo que facilita el contacto con los espectadores.
Además,
las
obras incluyen una serie de elementos coreográficos tan
deslumbrantes como eficaces.
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