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Fue
el monarca Felipe II de España
(1556-1598), conocido como “el Prudente”, el Austria que
más invirtió en contratar personal para el espionaje internacional
de la época.
Y
no le fue asignado tal sobrenombre sin razón, pues llevaba a tal
límite la cualidad de la prudencia, que para
tener siempre bien guardada la espalda se pertrechó
de un amplísimo cuerpo diplomático. Felipe II organizó una tupida
red de informadores y espías, la más importante del mundo moderno.
Desde su cuartel general en El Escorial, el rey español tenía ojos en todas partes y así se encontraba protegido ante cualquier conspiración que sus enemigos pudiesen urdir.
En definitiva, la corte diplomática de Felipe II realizaba labores de espionaje puro y duro en los rincones de los cuatro continentes a los que se había expandido la monarquía hispánica.
Y los embajadores de Felipe II tenían licencia para matar.
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