Magníficos
cazadores, los inuit acumulaban víveres a lo largo del año para
sobrevivir al terrible invierno polar.
Desde
el siglo XVI, buena parte de las gentes que vivían en las regiones
árticas y subárticas del planeta eran conocidas en Europa como
«esquimales». No se sabe si este término originalmente significaba
«los que comen carne cruda» o bien «constructores de raquetas de
nieve». En todo caso, hoy se considera una denominación despectiva
y se prefiere utilizar el término inuit, que significa, en la lengua
inuktitut, personas o seres humanos.
Se
cree que hace unos 4.500 años llegaron al Ártico norteamericano los
primeros pueblos paleoesquimales tras cruzar el estrecho de Bering
desde Asia. Posteriormente, una cultura neoesquimal denominada Thule,
que se expandió desde Alaska hasta Groenlandia hace mil años, dio
paso a los inuit históricos, aunque algunos expertos consideran que
se trata del pueblo Thule, pero más evolucionado. Los inuit se
distribuyeron en veintiún grupos tribales a lo largo de las
regiones árticas de Rusia (Chukotka), Alaska, Canadá y Groenlandia,
y se convirtieron en la etnia más extendida geográficamente de todo
el mundo. Presentaban rasgos físicos comunes, tenían tradiciones
orales muy relacionadas entre sí y hablaban lenguas pertenecientes a
una misma familia, la esquimal-aleutiana. Las duras condiciones
físicas –con temperaturas invernales que podían alcanzar los 55
ºC bajo cero– marcaron su modo de vida. Pero sería un error
pensar que todos los inuit vivían de la misma manera, en iglús de
nieve y cazando focas que se comían crudas.
Una dura subsistencia
La
imagen que la tradición ha transmitido de la vivienda típica inuit
ha sido siempre el iglú de nieve, aunque antiguamente tan sólo un
trece por ciento aproximadamente de los inuit que habitaban en el
Ártico lo utilizaban como casa permanente y habitual, y para otro
veinte por ciento constituía una residencia temporal, lo que
significa que dos tercios de los inuit desconocían este tipo de
vivienda o nunca llegaron a construirla. La casa tradicional y más
representativa de este pueblo durante los períodos más fríos
consistió en una edificación de piedra y turba, a veces con un
techo en forma de bóveda y una estructura de huesos de ballena,
colmillos de morsa o maderas a la deriva que habían recogido. Al
igual que los iglús de nieve, estas viviendas se colocaban sobre una
plataforma y se accedía a ellas a través de un túnel subterráneo,
a fin de que el aire frío quedara atrapado en él. En verano, los
inuit se instalaban en tiendas confeccionadas con pieles de caribú
(reno salvaje), parecidas a los tipis de los nativos norteamericanos.
Para
los inuit, la primavera era la estación más importante del año.
Durante esta época se desplazaban en sus trineos tirados por perros
y se dedicaban a la caza de focas sobre el mar helado, o aprovechando
los agujeros de respiración que estos animales hacían en la
banquisa, o bien en las polinias, espacios de aguas abiertas rodeados
por hielo marino, donde también podían cazar morsas y en algunas
ocasiones diferentes tipos de ballenas. Tanto en primavera como en
verano solían pescar salmones, truchas árticas o capelines y
cazaban algunas aves. Llegados los meses estivales, cogían sus
kayaks y sus grandes embarcaciones de piel denominadas umiaat e iban
a la captura de los mamíferos marinos, mientras en tierra firme las
mujeres recogían bayas y otras plantas silvestres y huevos de aves,
así como moluscos y algas marinas en la costa.
El
otoño era la mejor época para cazar los caribúes, aunque a veces
solían hacerlo en primavera y verano, según la escasez de alimentos
y el grado de dependencia de este animal.
Durante
gran parte del año consumían lo que cazaban y pescaban, pero
también acumulaban excedentes para cuando llegara el durísimo
invierno ártico. Entonces, la mayoría de los grupos reducían al
mínimo sus actividades y procuraban sobrevivir con los alimentos
almacenados. Pero si durante los meses de enero y febrero las
provisiones se agotaban podían verse obligados a sacrificar a
algunos miembros del grupo, particularmente niñas pequeñas,
mientras que los ancianos podían decidir suicidarse o abandonar la
familia. Lo que primaba era asegurar la supervivencia de la
comunidad.
El reparto del trabajo
Las
tareas entre los inuit estaban distribuidas por sexos. El trabajo de
las mujeres consistía básicamente en curtir las pieles con sus
dientes, confeccionar los vestidos de toda la familia, descuartizar a
los animales y cuidar de los niños. Sin embargo, su labor más
importante consistía en el mantenimiento de una lámpara de
esteatita conocida como qulleq; alimentada con aceite de grasa animal
y una mecha de musgo o algodón ártico, servía para
secar
las pieles de los animales, cocinar, calentar e iluminar el hogar. En
cierto modo, el qulleq fue la piedra angular sobre la cual se levantó
todo el edificio cultural del pueblo inuit; sin esta lámpara no
hubieran podido sobrevivir en un clima tan extremo y un entorno tan
duro como el Ártico.
Los
hombres se dedicaban básicamente a la caza y la pesca, es decir, a
aportar los alimentos necesarios para la subsistencia familiar.
También construían, con la ayuda de las mujeres, las casas de
invierno, las embarcaciones de piel y los trineos. Igualmente se
dedicaban a fabricar los útiles de caza
y pesca, ayudados de un taladro de arco que servía para obtener
fuego y perforar los materiales.
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