En la España inquisitorial, los conversos corrían peligro si eran descubiertos realizando ritos judíos.
Los inquisidores, siempre alerta para detectar la herejía, se fijaban con detalle en los gestos de la población judeoconversa, tanto en el ámbito público como en el privado.
Había acciones que se identificaban claramente con la cultura judía, y en cuanto éstas eran observadas por cualquier vigilante de la fe católica, de inmediato se comunicaban a los funcionarios del Santo Oficio, que tenían ojos en todas partes gracias a familiares, colaboradores y vecinos atentos al mínimo indicio de pecado herético.
Algunos de los hechos que constituían una sospecha fehaciente de judaísmo eran: lavarse los brazos en público, comer con la mano izquierda, no comer carne, no descansar el sábado, no cambiar la ropa de la cama los viernes por la tarde o encender velas durante la noche. Otra sospecha clara que delataba al infiel era la reunión de varias personas para entonar cánticos no eclesiásticos, así como también levantarse de la cama, comer y volver a acostarse.
Muchos conversos conservaban ciertos hábitos propios de sus ancestros judíos. Esto no significaba necesariamente que siguiesen practicando esa religión; sin embargo, en muchas ocasiones generó confusiones que resultaron letales. Además, la prohibición de estas costumbres hebreas no resolvió el problema, pues, al tratarse de una cultura –y eso incluye a la religión o a los hábitos religiosos–, su eliminación por decreto no suele funcionar.
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