Las termas romanas fueron los primeros intentos de proporcionar baños comunales a gran escala.
Salus Per Aquam (“la salud a través del agua”): de esta frase latina se especula que surgió el acrónimo SPA, de uso frecuente en el español actual para designar a los balnearios, la versión moderna de las termas de la época clásica.
En la Hispania romana, lo que hoy es la ciudad de Toledo albergó unas caldas datadas entre finales del siglo I y mediados del siglo II, conocidas en la actualidad como las Termas romanas Amador de los Ríos.
Los restos excavados de estos baños toledanos se componen de dos salas, la primera aún en estudio; la segunda, una estancia rectangular cuyo subsuelo fue dotado de sistema de calefacción (hipocausto), era el caldarium (sala cálida), decorado con mármoles y estatuas que indican el carácter público del edificio.
Eran baños públicos con estancias reservadas para actividades gimnásticas y lúdicas. También eran consideradas lugares de reunión y a ellos acudía la gente que no podía permitirse tener uno en su casa, como los plebeyos o los esclavos. A veces los emperadores o los patricios concedían baños gratis para el resto de la población.
Los habitantes del Toletum romano acudían a estas termas públicas para recibir masajes y tratamientos para la piel con aceites, y también podían disfrutar de infusiones, frutas, etc.
Además, en la Antigüedad, las termas tenían otra función: en ellas se celebraban reuniones para tratar temas importantes mientras se tomaba un baño o se recibía un masaje.
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