Nos vamos a la
época de Napoleón o su imperio. Sitúense en 1794, unos años después de
la Revolución Francesa y con este país enfrascado en guerras, más o
menos activas y violentas, con media Europa: Inglaterra, España,
Prusia y Austria. Como imaginarán, esta situación consume los recursos
de un país a un ritmo tan sorprendente como angustioso para aquel que lo
sufre.
Uno de los elementos necesarios para que cualquier
gobierno, ejército y país de aquella época funcionara correctamente eran
los elementos de escritura. Para el ejército, un componente vital
cuando se está en guerra contra cuatro países, las plumas de ganso no
eran una buena solución, por lo engorroso de su uso y por la complejidad
en campaña. Un lápiz era algo mucho más útil, sencillo y práctico para
escribir rápidamente un mensaje y comunicarse con las diferentes partes
del ejército o hacer el esquema de una batalla o una escaramuza. Pero
¿saben ustedes dónde estaba la mayor parte del grafito disponible? En
Prusia e Inglaterra. Mala suerte para Francia. Por cierto, no creo que
deba aclarar que el grafito es básico para fabricar lapiceros.
Este es un ejemplo perfecto de cómo algo tan sencillo y simple como un
lapicero puede ser crucial en el día a día de los ejércitos y las
batallas. Pero los franceses no habían llegado hasta aquel punto para
que la falta de grafito acabara con su conquista de Europa. El Ministro
Francés de la Guerra, Lazare Nicolas Marguerite Carnot, decidió pedir
ayuda a un inventor: Nicolas-Jacques Conté.
Este tipo pensó que
si los lapiceros eran necesarios para el buen funcionamiento del
ejército y el grafito era necesario para hacer los lapiceros, pero
escaseaba, lo mejor era optimizar el uso del primero en la producción de
lapiceros. Es decir, hacer lapiceros igual de útiles y con la misma
“vida útil”, pero con menos grafito. La respuesta era sencilla: mezclar
algo con el componente básico. Se había probado con resina, pegamento,
aceite… pero nada había funcionado. Conté trabajó sin casi descanso
durante 8 días, con sus noches, para cumplir el encargo del ministro.
Finalmente llegó el éxito.
Mezclando arcilla y grafito en un
molde, presionando el mismo y horneando todo aquello, se obtenía una
buena cantidad de material con muy poco grafito, pero capaz de producir
mucho más lapiceros de lo esperado. El invento fue todo un éxito y
permitió al ejército napoleónico saltar aquella pequeña barrera que la
intendencia le había puesto en el camino.
Conté patentó su
invento en enero de 1795. El lapicero, tal y como lo conocemos hoy,
había nacido. Porque la fabricación de estos sigue haciéndose de acuerdo
a lo ideado por Nicolas-Jacques Conté.