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MARGUERITE DURAS (1914 – 1996), LA INCORRECTA

La agitada vida de Marguerite Duras rivaliza y se combina con su obra hasta el punto de ser ambas difícilmente comprensibles por separado.
Nada más absurdo que intentar separar vida y ficción en Duras, que nació en Indochina y sitúa varias novelas en Saigón, Un dique contra el pacífico, libro sobre esa madre obsesiva, pobre y decidida a luchar contra el mar de China, poniendo barreras para impedir su paso. Esa madre que aparece también en El amante como figura central, la que representaba para la autora "el sufrimiento, el amor, la ley y el dolor", sentimientos abismales donde la identidad se destruye y se atreve a mirar el vacío. Todos son de alguna forma libros fundamentales, de ese avance hacia la lo que se llama escritura, equilibrio absoluto entre el cuerpo y la cabeza, entre el movimiento del mundo y el interior, como ese instante en que alguien se suicida en el barco de Saigón y la joven Duras comprende que ha amado al hombre chino.
También reconoció en el cine, con Hiroshima mi amor o India Song, otras formas de poner en escena piezas que alimentarían su temperamento de autora, Los viaductos de Seine-et-Oise, Savannah Bay, espacios inmensos, concretos, que se unen a otras tantas novelas importantes, El arrebato de Lol. V Stein, Le navire night, El dolor, La impudicia. Diría que todos sus textos son partituras de una música mayor, de una música interior que se puso a sonar desde sus primeros libros casi enloquecida, con ganas de salir de aquella minúscula persona que era Marguerite Duras, nacida Marguerite Donadieu en el año de la I Guerra Mundial, la mujer que hablará de su madre, de sus hermanos, de sus amantes con ese tono sin moral, directo, personal. Sobre todo, desde el "rostro del goce" y en el terreno de la transgresión para un reordenamiento del mundo, de una mujer libre, al fin de cuentas.
Había integrado el silencio a la escritura. Un silencio prolongado, imposible de imaginar en plena época de fascinación por la velocidad, el silencio del barco pasando por el río Mékong, por ejemplo. Ese espacio inmenso de Indochina, y también ese espacio inmenso de París, Duras los llenaba con la fuerza de su lenguaje, lleno de picos y de vértigos; en sus personajes, ni una sombra de desidia, ni de aburrimiento. El ritmo de su frase nunca revistió novelas, nunca contó una historia como "debía contarse", ella las ocupó como en una guerra, configurando un mapa, una cartografía. No es describiendo que ella logra moldear un mundo, es hurgando en el interior, raspando esa materia viva de su lenguaje cargado de memoria, incluso en Moderato cantabile y El vicecónsul esa temeridad para enfrentar a la memoria no decaerá.
Aunque formase parte de una generación que ha marcado su tiempo, un poco menor que Nathalie Sarraute, otro hito de la literatura francesa, y contemporánea de Claude Simon (premio Nobel 1985), ella navega sola, se aleja, no se deja enlatar en el noveau roman, tampoco lo harán Simon ni Samuel Beckett. El cordón umbilical se había roto solo, cuando ella decide que tendrá que pelearse con la sintaxis para oír su propia música y el público se sorprende, muy pronto, la adora, no quiere salir de ese universo exótico, tan vasto, tan impúdico, tan literalmente expuesto. Con Berbard Pivot ella reconocía no sentir ninguna "vergüenza de haber sido esa adolescente ávida de dinero", de "deseo sexual por el amante chino", en una clara coherencia con sus personajes, con el deseo y esa moral del deseo que no conoce límites.
¿Pasado neocolonial, nostalgia de una Francia que se fue? Tal vez ese paisaje tan cargado de experiencias concretas, su capacidad para recrear sensaciones en medio de espacios inmensos, sea una de sus influencias de la novela americana, su realismo, a pesar de todo. Lo cierto es que sus libros han ido a contracorriente, se han mantenido fieles a su autora y han trazado una línea clarísima, una intensa vida de escritora en medio de lugares completamente distintos, ya sea el París de la II Guerra Mundial, Hiroshima, o la Indochina de su infancia, esos mundos están ahí, girando a su propio ritmo, lento, sin seguir el frenesí vacuo de nuestra época. Hiroshima, o la Indochina de su infancia, esos mundos están ahí, girando a su propio ritmo, lento, sin seguir el frenesí vacuo de nuestra época.

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