El
rojo y el verde ya se usaban en las vías ferroviarias debido a su
intensidad y visibilidad.
La
historia del primer semáforo se remonta al 9 de diciembre de 1868,
en Londres. Esta herramienta reguladora del tránsito, que hoy en día
nos resulta imprescindible para gestionar la cantidad de coches y
peatones que se desplazan por las ciudades,
se inspiró en las lámparas de gas que ya se usaban en las vías
ferroviarias.
El
británico John Peake Knight, precisamente un ingeniero ferroviario,
quien propuso emplear dos
lámparas de gas, una verde y otra roja,
para que pudiera verse en la oscuridad. De hecho, esos colores ya se
usaban en las vías ferroviarias debido a su intensidad y
visibilidad. No obstante, se trataba de un dificultoso mecanismo que,
tras dos meses de funcionamiento, el 2 de enero de 1869, explotó y
causó la muerte del operador en Londres.
Ya
en 1910, el ingeniero Ernest Sirrine realizó mejoras en el semáforo
de Peake Knight: diseñó un
modelo automático con las palabras stop
(detenerse) y proceed
(proceder).
Las luces automáticas verde y roja fueron una ocurrencia en 1912 de
Lester Wire, un policía de Salt Lake City, y serían patentadas por
William Ghiglieri e instaladas en la ciudad de San Francisco cinco
años después. La ventaja es que el semáforo
podía ser accionado o desactivado a propósito por la policía, para
casos de emergencias. Cabe mencionar que esta invención nunca fue
patentada.
Las
tres luces que actualmente regulan el tráfico
urbano de todo el mundo se completaron cuando, en 1914, el oficial de
policía norteamericano William Potts añadió el color ámbar, como
etapa de transición entre movimiento y detención, en un semáforo
de la ciudad de Cleveland. Finalmente, en 1936, Charles
Marshall ideó un semáforo rotatorio,
que mostraba los segundos que quedaban antes de que termine la señal
verde y aparezca la roja. No obstante, su invento
no tuvo éxito: tenía el aspecto de un reloj cuyas manillas
transitaban a lo largo de la señal verde, roja y, brevemente, la
amarilla.
Parece
ser que este modelo era menos intuitivo y más difícil de
comprender. Un modelo de semáforo rotatorio (en la imagen) se
conserva en el Museo de Melbourne. /WikiCommons.
¿Cómo
acogieron los ciudadanos la llegada del primer semáforo?
Los
testimonios documentados atestiguan que los peatones, al inicio,
tuvieron
muchas dificultades para adaptarse a este nuevo sistema de luces
automáticas.
Por otra parte, no cabe esperar lo contrario, como cada vez que se
instala un nuevo ingenio entre la población. No fue hasta los años
20 que comenzó a plantearse la necesidad de elaborar un manual de
tráfico, donde se recogiera que todos los usuarios de la vía tenían
los mismos derechos, vayan a pie o en automóvil,
y donde se considerase que la vida humana estaba por encima del
derecho a viajar a una determinada velocidad.
A
lo largo del siglo XX, los semáforos fueron evolucionando. Las
lámparas de gas se acabaron sustituyendo por luces led,
mucho más eficientes y seguras. De hecho, consumen
solo el 10 % de la energía que necesitaban las viejas lámparas
incandescentes.
Ahora, el semáforo es un elemento cívico imprescindible en las
ciudades, y que equipara en derechos y seguridad a los transeúntes y
a los ocupantes de los vehículos.
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