Se
llama así al seguidor
o admirador de alguien o al entusiasta de algo
–la ópera, el golf, la nueva gastronomía, la poesía–, y
procede del inglés fan, abreviatura
de fanatic, o sea, fanático.
Este
es el que defiende
con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones,
sobre todo religiosas o políticas, lo que le sitúa un escalón por
encima del fan, aunque alguno de estos llegue a rozar la histeria.
Recuérdese
a las adolescentes inglesas llorando detrás de sus ídolos en la
época de la beatlemanía o a los seguidores de iconos juveniles
recientes como Justin Timberlake, Miley Cyrus, Lady Gaga o The Jonas
Brothers.
No
obstante, el
primitivo origen de la palabra es el vocablo latino fanaticus, que
deriva de fanum –templo–. Fanaticus significaba pues "servidor
del templo"
y designaba inicialmente a los vigilantes que lo custodiaban; luego
se aplicó a los adeptos al culto de un determinado santuario o una
divinidad. De la misma procedencia es profanum, vocablo formado por
el prefijo pro –delante– y fanum. Lo profano era lo no consagrado
o que había dejado de serlo, por estar delante –fuera– del
templo o recinto sagrado.
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