El
auge que tuvo el coleccionismo de pinturas en la corte de Felipe IV
fue sorprendente.
A
lo largo de su extenso reinado (1621-1665), Felipe IV demostró
una amplia afición a la literatura y al arte,
especialmente al de la pintura.
En
el momento de ascender al trono, ya
era propietario de una fabulosa colección de arte,
formada por sus antecesores.
A
la herencia de la colección de Felipe II, tanto de pintura como de
escultura, se
le sumaron los legados de Margarita de Austria, el emperador Carlos V
y la reina María de Hungría.
Una
importante adquisición fue la colección formada por Carlos I de
Inglaterra, puesta a la venta tras su ajusticiamiento por Cronwell,
además de las muchas
obras recibidas como regalo y que el rey repartió entre El Escorial
y los palacios de Madrid.
En
el recién construido palacio del Buen Retiro atesoró
más de 800 cuadros.
Muchos de ellos fueron realizados ex
profeso
para la nueva residencia real por los mejores pinceles del momento
como Ribera, Zurbarán, Domenichino, Poussin, Claudio de Lorena,
Lanfranco y, de modo muy especial, Velázquez.
Este
último jugó
un importantísimo papel como mentor y consejero del Rey en su faceta
de coleccionista.
El pintor intervino directamente en la adquisición de un buen número
de obras para el monarca, especialmente en sus dos viajes a Italia.
Destacan
entre ellas un lote de copias de esculturas
que Velázquez mandó vaciar, seleccionándolas entre las más
conocidas que existían en Roma. De allí llegaron a Madrid más de
450 cajas con vaciados de estatuas.
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