El
denominado Lustro Real tuvo lugar desde el 3 de febrero de 1729 hasta
el 16 de mayo de 1733 y supone el desplazamiento de la Corte de
Madrid a Sevilla, convirtiéndose Sevilla en residencia de la
Monarquía hispánica y, por tanto, en Corte. Se trata de un
acontecimiento insólito en la historia de España, pues sólo hubo
un precedente de traslado de la Corte a Valladolid a comienzos del
siglo XVII, y fue uno de los hitos más importantes de la ciudad en
el siglo XVIII.
Durante
este período reinaba en la Monarquía hispánica Felipe V,
primer Borbón de la línea
dinástica española, que había llegado al trono español después
de un gran conflicto que enfrentó a Francia y España contra
Inglaterra, Austria y Holanda, la Guerra de Sucesión Española
(1701-1713). Junto a él, reinaba su esposa desde 1714 Isabel de
Farnesio quien ejerció una poderosa influencia sobre el monarca,
cuya estabilidad mental no era demasiado brillante. En enero de 1724,
Felipe V abdicó de forma inesperada en su hijo Luis, primogénito de
su primer matrimonio con María Luisa de Saboya, pero tras la
temprana muerte de Luis I, en agosto del mismo año, Felipe volvió a
reinar en España. En 1727 la situación personal de Felipe V había
empeorado notablemente, lo que le apartó de sus funciones de
gobierno. La profunda melancolía que sentía a consecuencia de la
depresión que atravesaba se debía a múltiples factores.
La
razón por la cual la Corte permaneció en Sevilla durante estos años
aún no está esclarecida, pero se puede deber a la precaria salud
mental del monarca que, como hemos indicado, empujó a su mujer
Isabel de Farnesio a programar un viaje por Andalucía debido a que
pensó que era conveniente el alejamiento provisional de La Granja
para buscar un entorno distinto al habitual en el que el rey pudiera
combatir su crisis depresiva. Aunque también la decisión pudo estar
también motivada al deseo de revitalizar la ciudad de Sevilla tras
haber sido trasladada la Casa de la Contratación a Cádiz unos años
antes.
De
manera que, en este contexto, la reina Isabel de Farnesio convenció
a su marido para realizar un viaje por Andalucía y Extremadura con
ocasión de la celebración del enlace doble de dos miembros de la
Casa Bragança, reinante en Portugal, con dos de la dinastía Borbón.
Por esta vía, se reforzaban los lazos de alianza y paz con el reino
vecino. El día 7 de enero de 1729 el cortejo real abandonó Madrid
con destino a la frontera lusitana y así se inició su periplo por
tierras andaluzas el 27 de enero del mismo año.
La
ciudad de Sevilla se engalanó con numerosos adornos en las calles,
edificios y demás sitios para recibir a la comitiva real el 3 de
febrero de 1729. A las cinco de la tarde de dicho día las campanas
repicaron por toda la ciudad para dar la bienvenida a los reyes que
entraron por el arrabal de Triana en una lujosa carroza arrastrada
por hermosos caballos ornamentados, a los que les acompañaron un
centenar de carruajes ocupados por los príncipes e infantes, altos
cargos de la Corte y demás séquito. La comitiva se dirigió desde
la Puerta de Triana hasta el Alcázar por puentes y calles con un
sinfín de adornos entre los que se encontraban grandes arcos creados
para tal evento.
Una
vez instalada la familia real en los Reales Alcázares, los días
siguientes se dedicaron a tomar contacto con la ciudad sevillana a
través de la visita a distintas instituciones (Catedral, Casa de la
Moneda y Fundación de Artillería), participación en las sesiones
de caza y pesca en las cercanías, y diversos actos oficiales y
festejos organizados por el Ayuntamiento de Sevilla.
El
21 de febrero la Casa Real y su Corte emprendieron el viaje a Cádiz
para presenciar la entrada de la flota de Galeones procedente de
América y la visita a varias instituciones ubicadas en la ciudad
gaditana hasta su vuelta a Sevilla que realizaron el 8 de abril de
1729.
En
Sevilla les aguardaba un ciclo festivo que animó su estancia en la
ciudad hispalense a través de eventos religiosos, algunos tan
importantes como la traslación del cuerpo de San Fernando a la
catedral; y festivos como la asistencia a las corridas de toros,
banquetes y bailes, celebraciones musicales y teatrales.
En
el plano político, el rey suscribió un tratado internacional el
denominado Tratado de Sevilla el 9 de noviembre de 1729 con Francia e
Inglaterra, al que posteriormente se sumarían las Provincias Unidas,
donde España aceptaba el equilibrio europeo impuesto por la Triple
Alianza a cambio del reconocimiento de derechos del infante Carlos a
los ducados italianos de Parma, Piacenza y Guastalla. Asimismo,
preparó expediciones militares (Orán) y asistió a la salida de su
hijo Carlos en octubre de 1731 para tomar posesión de los ducados
italianos.
Y
en el plano personal, la familia real aumentó con el nacimiento de
su hija María Antonia Fernanda en el Alcázar sevillano el 17 de
noviembre de 1729.
Además,
durante estos años la familia real visitó otros lugares de
Andalucía como Granada, Cazalla de la Sierra, Jaén y El Puerto de
Santa María.
Sin
embargo, ni los viajes por la geografía andaluza, ni la gran
actividad festiva, ni los asuntos de gobierno mejoraron la salud
mental de Felipe V, quien decidió emprender su vuelta a Madrid en
mayo de 1733. Algo también motivado por la muerte del rey de Polonia
el 1 de febrero de 1733 que provocó una nueva crisis internacional y
la necesidad de retornar a Madrid para expedir desde allí más
fácilmente las órdenes militares. Así que la familia real salió
de Sevilla con su destino a Madrid donde llegó el 22 de junio,
momento en el que Sevilla dejó de ser la Corte del primer monarca de
la Casa Borbón en España.
Lo
que si es cierto es que Sevilla vio alterada su vida cotidiana
durante estos años y sobre todo su estructura urbana de forma
notable. Los Reales Alcázares no fueron los únicos transformados
por la llegada de Felipe V y su séquito, sino toda la comarca de
Sevilla, obligada a dar cabida y sustento a un nutrido grupo de
personas relacionadas con la Corte.
El
legado que nos dejó el Lustro Real se centra sobre todo en el plano
arquitectónico pues estos años supusieron un momento de intensa
actividad constructiva en la ciudad debido a que la presencia de la
familia real impulsó la construcción y mejora de varios edificios
tanto civiles como religiosos de Sevilla, cuyo patrocinio real se
confirmaba con la presencia física y simbólica de la monarquía.
Entre
ellos destacamos, la construcción de la Real Maestranza de
Caballería, cuyo permiso real hizo levantar una plaza de madera en
el Arenal en 1730 que supuso el impulso para construir una plaza
permanente de material en 1737, lo que dará lugar a la aparición de
una arquitectura duradera vinculada a la fiesta de los toros; la Real
Fábrica de Salitre, la Real Fábrica de Tabacos y la Real Fundición
de Artillería, cuyas intervenciones en estas operaciones
arquitecturas de gran envergadura se desarrollaron a partir de 1728 y
que intentaron compensar la pérdida del monopolio comercial
americano con el fin de fomentar en la ciudad manufacturas reales; y
la Real Armería en el Alcázar en 1728 para ampliar su almacén de
armas. Así como la conclusión de las obras en los edificios
religiosos, tales como el Hospital del Buen Suceso en 1730, la
Iglesia San Antonio Abad en el mismo año, y la Iglesia de San Luis
de los Franceses en 1731 que se inauguraron debido a que la presencia
de los reyes en la ciudad aceleró el cumplimiento de estas obras
religiosas.
No
obstante, resulta sorprendente la desmemoria que existe en Andalucía
con respecto a este acontecimiento crucial para la historia de
Sevilla.
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