A los siete meses ya reconoce una mirada asustada.
Si
dejas que te vea los ojos, sabrá que estás asustado. Tu delator
será el blanco que te rodea el iris (la esclerótica), que aumenta
de tamaño porque el temor te abrirá más los párpados. Si el
peligro que percibes está en el entorno, tenderás a dirigir la
vista hacia un lado, moviéndola rápidamente y, si recibes la
amenaza de un interlocutor, le mirarás fijamente. En cada caso, la
porción de esclerótica que dejas ver formará un dibujo distinto,
una traducción fidedigna de tus sentimientos.
Y,
a partir de los siete meses, cualquier bebé con un desarrollo normal
será capaz de leer en ella como en un libro abierto. De modo
absolutamente inconsciente, percibirá cómo te siente. Se acabó lo
de decir “menos mal que los niños no se enteran”.
A
esa conclusión
ha llegado un equipo del Instituto Max Planck de Ciencias
Neurológicas y de la Cognición, en Leipzig (Alemania). Para ello
mostraron a bebés de esa edad imágenes de ojos en los que sólo se
apreciaba la esclerótica, mientras monitorizaban con electrodos su
actividad cerebral. Esta aumentaba claramente cuando la expresión
que veían era de miedo y se intensificaba si los ojos ficticios se
dirigían directamente a los suyos.
Tobias
Grossmann, que firma el estudio junto a Sarah Jenssen, considera que
el hecho de que sepamos interpretar la mirada
y las emociones de otros desde la más tierna infancia “indica la
importancia de esa capacidad para nuestra convivencia”. De hecho,
los niños que no empiezan a presentar esa capacidad entre el segundo
y el sexto mes de vida, suelen manifestar más tarde problemas de
socialización o autismo.
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