Livia,
las Julias, las Agripinas, Mesalina, Popea..., una serie de mujeres
de gran carácter ejercieron su poder e influencia en la dinastía
Julio-Claudia. Y a muchas de ellas les costó la vida.
A
Tiberio se le debe el asesinato de una mujer excepcional, Agripina la
Mayor, esposa de Germánico, el general que podía
haberlo sido todo y murió también, cómo no, en extrañas
circunstancias. La desaparición del aclamado y adorado Germánico
–que, a instancias de Augusto, había sido adoptado por Tiberio–
despejó convenientemente el camino a la sucesión de Druso, el hijo
biológico del emperador. Este, no obstante, murió tres años
después envenenado por su propia esposa, Livila, que actuaba en
connivencia con Sejano –hombre fuerte de Tiberio–, de quien era
amante.
Agripina
era una mujer famosa por su carácter y su valentía –acompañaba a
su marido en las campañas y se había convertido en heroína popular
por su forma de enfrentarse en solitario a tropas amotinadas en el
Rin– y se empeñó en aclarar la muerte de Germánico hasta las
últimas consecuencias, cosa que no podía terminar bien. El
resultado fue un
agrio enfrentamiento con Tiberio y Livia
que
duró años y acabó con Agripina desterrada en la isla de
Pandataria, donde murió de hambre, y con dos de sus hijos
asesinados.
Durante la detención, los soldados se comportaron con ella de forma
tan brutal que Agripina perdió un ojo.
Pero
quien fue realmente influyente en la dinastía fue su hija Agripina
la Menor, hermana de Calígula,
sobrina y esposa del emperador Claudio –al que supuestamente
envenenó–, emperatriz
de
Roma y madre y víctima de Nerón.
Agripina la Menor adquirió protagonismo al comienzo del reinado de
su hermano, de quien, al igual que sus otras dos hermanas, Drusila y
Julia Livila, se supone que era amante (se dice, además, que por
capricho del emperador las tres se prostituían con miembros de la
nobleza).
En
el año 39, Agripina
fue desterrada por participar en una conjura palaciega contra
Calígula a la misma isla que su madre, Pandataria,
de donde años después la rescataría el siguiente emperador, su tío
Claudio, que por entonces estaba casado con Mesalina. La historia ha
retratado a Mesalina como una mujer cruel, aficionada a ejecutar a
personas a capricho –por ejemplo, a Julia Livila, por un supuesto
adulterio con el filósofo Séneca–,
y se supone que entre ambas se estableció una creciente rivalidad.
Suetonio recoge el rumor de que Mesalina mandó a unos sicarios a
estrangular mientras dormía al hijo de Agripina, el niño Nerón,
porque lo veía como una amenaza para el futuro de su hijo. Esta
operación se frustró cuando salió de debajo de la almohada una
serpiente que hizo huir a los asesinos.
Bigamia y envenenamiento
Además
Mesalina
encarna como nadie el mito de la depredadora sexual, aunque sobre
esto hay también bastantes dudas,
dado que quienes, varias décadas más tarde, lo transmitieron
–Tácito, Suetonio, Juvenal, Plinio el Viejo– confiesan que
escribían basándose en rumores.
Lo
que nos ha llegado, en cualquier caso, es la historia de una
emperatriz dominada por la pasión sexual que no solo se
prostituía en el barrio romano de Subura
bajo el seudónimo de la Loba, sino que lanzó un desafío a las
meretrices de Roma
para
ver quién era capaz de atender a más hombres a lo largo de una
noche (se supone que estas enviaron a su mejor representante, una tal
Escila, que por supuesto acabó rindiéndose).
Leyendas
al margen, parece claro que Mesalina
sí tuvo numerosos amantes y que la relación con uno de ellos, el
senador Cayo Silio, fue lo que precipitó su caída.
Hay discrepancias sobre las verdaderas intenciones de la pareja
–según parece, deponer a Claudio–, pero lo cierto es que,
aprovechando su ausencia, Mesalina y Silio cometieron la osadía de
pretender casarse y organizar una boda
con
todos sus aditamentos: velo, festejos, banquete
y
lecho nupcial. Claudio, que se encontraba en Ostia, fue advertido de
las intenciones bígamas de su mujer por el liberto Narciso y volvió
a toda prisa a Roma. La noticia corrió como la pólvora y la
ceremonia acabó precipitadamente, los invitados salieron huyendo y
Mesalina se echó a la calle para ir al encuentro de Claudio y
solicitar clemencia. Aquí las versiones difieren, pero se supone que
Claudio estuvo tentado de perdonarla y que fueron sus hombres de
confianza, los libertos, quienes decidieron ejecutarla de inmediato
para que no tuviera la oportunidad de ablandar al emperador con su
belleza. Esa
misma noche se le ordenó que se suicidase, cosa que no fue capaz de
hacer –según Tácito, “porque su alma estaba corrompida por la
lujuria”– y hubo de ser ajusticiada.
Cuando al día siguiente se le comunicó a Claudio el hecho, este se
limitó a murmurar y pedir otra frasca de vino.
Llegó
entonces la gran oportunidad de Agripina la Menor,
una mujer manipuladora y ambiciosa –al menos, según la tradición
historiográfica– que llevaba años intrigando para situar a su
hijo en la cúspide del poder.
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