Arqueólogo
británico. Hijo del pionero de la arqueología europea sir
John Evans, estudió en Oxford y Gotinga y realizó varias
excavaciones en Finlandia y los Balcanes.
En
1894 se embarcó en la empresa que le daría más fama: los trabajos
que realizó en Creta a partir de ese año culminaron en 1899 con el
inicio de la excavación de las ruinas del palacio de Cnosos. Los
hallazgos realizados le permitieron establecer la existencia de una
civilización en el segundo milenio antes de Cristo, que él denominó
«minoica», en referencia al mítico rey Minos.
Sus
estudios de la civilización minoica sacaron a la luz una sociedad
sofisticada, centralizada alrededor de unos palacios monumentales,
extrañamente carentes de defensas. Lo intrincado del diseño de
estas construcciones estaba en consonancia con la belleza y
personalidad de las pinturas murales que allí se descubrieron.
Creta, el descubrimiento de Cnosos
A
mediados del siglo XIX, los orígenes de la antigua Grecia estaban
envueltos en la oscuridad o, en todo caso, en el mito. Por entonces,
la
historia de Grecia solía empezarse con la primera Olimpiada (776
a.C.),
y lo acaecido antes pertenecía al dominio de dioses y héroes
legendarios como los que poblaban los poemas de Homero.
Todo
cambió gracias a un alemán, Heinrich Schliemann, que en
1870 anunció que había descubierto, en un promontorio del oeste de
Turquía, las ruinas de Troya,
el escenario de la mítica guerra relatada por Homero en la Ilíada.
Poco después, el mismo Schliemann excavaría Micenas y Tirinto,
dos de las ciudades griegas de las que procedían los guerreros
homéricos. La Grecia micénica, como se denomina el período entre
1600 y 1150 a.C., no era una ficción poética, sino una realidad
demostrada por la arqueología.
Estos hallazgos tuvieron un gran impacto en el resto de investigadores
En
1882, un joven inglés visitó
a Schliemann en Atenas.
Llegó con una carta de presentación de su padre, un renombrado
geólogo y anticuario a quien el alemán había conocido en
Inglaterra. El joven escuchaba sin gran interés a Schliemann hablar
de Homero; lo que de verdad le atraía eran los objetos micénicos
con grabados diminutos, que examinó cuidadosamente con sus ojos de
miope. Eran
tan distintos del arte griego clásico que le fascinaron,
no porque compartiera el empeño del investigador alemán en
asociarlos a la edad homérica, lo que ya era una osadía para la
época, sino porque
creía que eran incluso anteriores.
Ese
joven era Arthur
Evans.
Había nacido en 1851, cerca de Londres, y a los quince años visitó
con su padre, John Evans, las excavaciones
paleolíticas del valle del Somme,
en Francia. Ahí surgió su pasión por la arqueología. Más tarde,
siendo estudiante de Oxford, dedicó los veranos a viajar por
yacimientos arqueológicos de Europa, especialmente en los Balcanas,
donde el paisaje y la mezcla de culturas
le entusiasmaron; de allí volvió a Londres vestido como un turco:
pantalones bombachos, faja carmesí y chaqueta sin mangas.
Cuando
en 1878 se prometió con Margaret Freeman, mientras visitaban la
exposición londinense de las antigüedades troyanas de Schliemann,
la convenció para instalarse en Ragusa (la actual Dubrovnik, en
Croacia), donde Evans
se convirtió en corresponsal del diario The
Manchester Guardian.
De
nuevo en Londres, Evans consiguió el cargo de conservador del Museo
Ashmolean,
de la Universidad de Oxford, que en el siglo XIX reunía una de las
más ricas colecciones arqueológicas de Europa.
Pese a ello siguió visitando yacimientos en Europa con el pretexto
de adquirir nuevas piezas para el museo. Su mujer, Margaret, siempre
iba con él, hasta que cayó enferma de tuberculosis y falleció en
1892.
Creta, la isla de Minos
Tras
la muerte de su esposa, Evans dirigió su mirada a Creta. La isla era
un foco de atracción arqueológica; desde
hacía décadas, los arqueólogos iban tras las huellas del
legendario rey Minos,
quien, según el mito, encargó a Dédalo la construcción del
Laberinto donde se ocultaba el
monstruoso Minotauro –mitad hombre, mitad toro–,
al que el príncipe ateniense Teseo dio muerte con ayuda de la hija
del rey, Ariadna.
Un
arqueólogo griego, Minos Kalokairinos, creyó haber hallado los
restos del Laberinto
en unas excavaciones realizadas en 1878 en el montículo de Kefala,
cerca de Heraclión, donde, según la tradición, se hallaba la
antigua ciudad de Cnosos. Kalokairinos despertó la curiosidad de
otros arqueólogos, incluido Schliemann, pero el lugar al final no
fue excavado. Por su parte, el arqueólogo italiano Federico Halbherr
investigó otros yacimientos de la isla y halló gran número de
inscripciones.
En
Oxford, Evans prestó especial atención a las inscripciones halladas
en Creta, sobre las que Halbherr y otros estudiosos le mantenían
informado. Evans
estaba entonces interesado en los orígenes de la escritura griega.
Estaba convencido de que "en el territorio griego, donde la
civilización echó sus primeras raíces en suelo europeo, debió de
haber existido un sistema de escritura primitivo.
En
el Museo Ashmolean había analizado unos sellos con inscripciones,
anteriormente clasificados como "fenicios"; Evans, sin
embargo, advirtió
que los símbolos se parecían a los de inscripciones cretenses
recientemente descubiertas y
concluyó que correspondían a un sistema de escritura desconocido,
anterior a la escritura griega. En 1893, en un viaje a Atenas,
compró una serie de sellos, supuestamente
originarios de Creta,
con intrigantes signos. Evans decidió que tenía que investigar la
cuestión en persona, aunque tuviera que renunciar a su puesto en el
Museo.
En el reino de Minos
Evans
llegó a Creta en marzo de 1894. Tras un encuentro con Halbherr y
Kalokairinos, enseguida se dirigió al yacimiento de Cnosos. Una
primera inspección le confirmó el gran interés del lugar: "En
cuanto lo vi, sentí que era muy importante porque era el centro en
torno al que giraban todas las leyendas de la Grecia antigua",
recordaría más tarde. Pero el
gobierno otomano, al que pertenecía Creta, ponía impedimentos:
obligaba a los arqueólogos a comprar las tierras que querían
excavar,
cosa que, por ejemplo, había rechazado Schliemann. En los años
siguientes, Evans hizo varios viajes a Creta, hasta que en 1899 creó
el Fondo para la Exploración de Creta y compró los terrenos de
Cnosos. El
23 de marzo de 1900 comenzó la excavación.
"En cuanto lo vi, sentí que era muy importante porque era el centro en torno al que giraban todas las leyendas de la Grecia antigua"
Evans
había visitado muchos yacimientos, pero nunca había organizado una
excavación. Por ello se
rodeó de colaboradores experimentados,
como Theodor
Fyfe,
un arquitecto encargado de dibujar los planos, así como del
arqueólogo escocés Duncan Mackenzie, que dirigía las excavaciones
y supervisaba a las decenas de trabajadores encargados de despejar el
terreno y acarrear escombros. En pocos días afloró una gran
construcción: "un
fenómeno de lo más extraordinario; nada griego, nada romano",
según Evans.
Se
trataba de un intrincado espacio de unas dos hectáreas de extensión,
con unas mil salas comunicadas entre sí. De inmediato, Evans
relacionó los hallazgos con el célebre rey Minos. La
estructura tenía que ser el Laberinto del Minotauro. Cuando
en una de las estancias apareció un gran asiento de yeso empotrado
en la pared pensó que se hallaba en la "sala del trono", e
identificó otra estancia cercana como "sala de la reina".
Pensó que en uno de los patios se celebraron grandes asambleas, con
los ancianos sentados en un lateral "mientras
el rey se sentaba orientado hacia la entrada, en la Silla de la
Justicia
situada en el majestuoso pórtico del otro lado".
A
sus ojos,
Cnosos fue un lujoso palacio habitado por príncipes que disfrutaban
de una vida regalada, rodeados de una corte de damas con vestidos
escotados. Mackenzie, en cambio, era más comedido, y en sus diarios
se limitaba a describir la textura y los colores del suelo, el
trabajo propio de un arqueólogo científico.
Evans
no se limitó a dejar volar su imaginación a la vista de las ruinas,
sino que incluso
se atrevió a reconstruirlas. En
efecto, al volver a Creta para su segunda campaña de excavaciones,
los arqueólogos se encontraron con el yacimiento asolado por las
lluvias. Evans se dio cuenta de que había
que empezar, paralelamente a la excavación, con las labores de
restauración y conservación.
Además, quería que incluso el visitante profano pudiera sentir y
comprender aquella maravilla de la Antigüedad.
La restauración de Evans es hoy día objeto de críticas, pues es muy agresiva y arqueológicamente poco fiel
En
cuanto a las estancias en dos alturas, Evans probó a sostenerlas con
vigas de madera, y ensayó con fustes y capiteles de piedra, pero el
resultado no era del todo satisfactorio. Al
final usó hormigón armado,
lo que impidió que los restos se desplomaran, sobre todo dada la
cantidad de terremotos que han asolado Creta. Esta restauración es
hoy día objeto de críticas, pues es muy agresiva y
arqueológicamente poco fiel, ya que Evans
recolocó los restos donde le "parecía" que debían estar,
aunque debe situarse en el contexto de una época en que la
arqueología
se debatía entre su pasado anticuario y su futuro científico.
El enigma de las tablillas cretenses
El
entusiasmo de Evans aumentó cuando entre las ruinas del antiguo
palacio aparecieron restos de pinturas murales. El
arqueólogo decidió también "restaurar" los frescos,
lo que para él significaba completarlos a partir de los fragmentos
rescatados. Encargó esta tarea a dos artistas suizos, padre e hijo,
ambos llamados Émile Gilliéron. Aunque se basaron en evidencias
arqueológicas y en su experiencia previa en Micenas, el trabajo de
los Gilliéron resultó muy controvertido y los estudiosos actuales
consideran que algunos elementos de las restauraciones son una mera
invención.
Los
descubrimientos de Cnosos tuvieron enorme repercusión. Evans
informó por telegrama a The
Times
de sus primeros hallazgos
y al volver a Londres realizó conferencias por Gran Bretaña.
Gracias a ello logró nuevas subvenciones que le permitieron pagar
hasta a 250 trabajadores. Pero
el interés del público decayó pronto y el Fondo para la
Exploración de Creta
se quedó sin dinero en 1906,
lo que obligó a suspender los trabajos. La herencia que le dejó su
padre y la de otro familiar resolvieron los problemas financieros de
Evans que, a pesar de ello, no reanudó las campañas de excavación.
Evans
había acudido a Creta con el propósito de resolver el enigma de su
escritura y las excavaciones en Cnosos le habían proporcionado
multitud de tablillas de barro con inscripciones, conservadas gracias
a que se cocieron en un incendio.
"Aún
más interesante que las reliquias artísticas es el descubrimiento
de las tablillas de barro. Estoy
muy satisfecho, puesto que es a lo que vine a Creta", escribió
en su diario. A partir de 1905 Evans, instalado en una mansión junto
al yacimiento, llamada Villa Ariadna, se
dedicó a transcribir y organizar las cerca de 3.000 tablillas que
había encontrado y las publicó en una serie de volúmenes titulados
Scripta
Minoa.
Su nombre quedó asociado para siempre al descubrimiento de la más antigua civilización del Egeo
La
primera guerra mundial le obligó a volver a Oxford. Al final del
conflicto siguió viajando a Creta, pero cada vez menos; prefería
dedicarse a escribir, todavía con una pluma de ave. El 5 de febrero
de 1924 cedió Cnosos a la Escuela Británica de Atenas. Por
entonces, la prensa se hacía eco de los asombrosos hallazgos en la
tumba de Tutankamón
y él se sintió relegado.
Pero tras su muerte, en 1941, a los noventa años, su nombre quedó
asociado para siempre a uno de los mayores descubrimientos de la
arqueología: el de la más antigua civilización del Egeo, llamada
"minoica" en honor del mítico rey Minos.
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