En
el mundo celta, los druidas eran figuras sagradas destinadas a
arrojar luz sobre los misterios de la vida.
Los
pueblos celtas disponían de una casta sacerdotal poderosísima: la
de los druidas. A pesar de los esfuerzos de los especialistas, no se
ha llegado hasta ahora a una conclusión cierta sobre el origen y
significado de ese nombre. Pero nos consta que eran
personajes a los que se consideraba sabios guardianes de la tradición
más antigua, conocedores y practicantes de la ciencia sagrada,
autoridades espirituales a las que tanto el pueblo como la casta
militar respetaban y temían.
Estaban divididos en especialidades: eran músicos
(tañedores
de arpa), historiadores, poetas, médicos,
magos, matemáticos,
jueces y adivinos. La mayor parte ejercían varias de esas
especialidades simultáneamente. La música era un terreno en el que
todos los druidas se encontraban, así como la poesía, de la que se
encargaba el vate, a quien se achacaban asimismo virtudes proféticas.
Un vate es el que va delante, el que precede y, por tanto, el primero
que ve lo que todos veremos después. En la antigua Irlanda,
al vate se le llamaba file,
que puede traducirse como “vidente”. El término tiene doble
acepción en castellano: designa tanto al poeta como al adivino. El
verbo vaticinar todavía recuerda la capacidad del vate para ver el
futuro. En ese sentido, el arrebato creativo que experimenta algunas
veces el verdadero poeta –una palabra que en griego significaba,
sencillamente, “creador o autor”– puede desembocar en un estado
de trance similar al del profeta, otra palabra de origen griego que
viene a significar “el que habla por adelantado”. Los
druidas formaban un cuerpo sacerdotal numerosísimo que gobernaba de
hecho el mundo que los romanos llamaban bárbaro.
Los había en Francia, en las islas Británicas, en Alemania y en el
mundo escandinavo, por lo menos. Y probablemente también los hubiera
entre los celtas de la península Ibérica, pero no sabemos nada
cierto acerca de ellos. La mayoría de los informes que han llegado
hasta nosotros sobre los druidas procede de los viejos textos
irlandeses, que también son los menos contaminados de cristianismo
hasta una cierta época. Casi
todos los relatos célticos, las sagas nórdicas y las tradiciones
irlandesas debieron de ser redactados por estos sacerdotes poetas y
adivinos.
Poder espiritual
La
relación que mantenían con los caudillos de las incontables tribus
celtas no está clara, pero es posible que sus decisiones
mediatizaran y, en ocasiones, hasta se impusieran a las de aquellos.
Esta es una norma constante en la Historia universal, buena parte de
la cual podría definirse de un modo muy amplio como una pugna
permanente y sorda entre lo político y lo sagrado. Los sacerdotes
egipcios consiguieron derrocar a Akenatón, el faraón
rebelde
y hereje que se propuso impulsar una reforma radical de la religión.
En la Edad
Media europea,
el poder del papado estaba por encima de reyes y emperadores. En las
guerras de religión, incluyendo las Cruzadas,
los verdaderos caudillos fueron los clérigos que inspiraban a los
guerreros, y hoy mismo, en el moderno Irán, las máximas autoridades
religiosas son también los máximos dirigentes políticos.
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