En
época de elecciones, muchas personas se sienten desencantadas
respecto a la idea de ir a votar,
por muchos motivos. La abstención en España ronda el 30%, y la
indecisión y el descontento llevan a muchos ciudadanos a
cuestionarse qué hacer con su derecho al voto.
El
sufragio universal, símbolo y aparente garante de la democracia que
tanto costó conseguir, hoy en día suele estar rodeado de la sombra
de la incertidumbre.
¿A quién voto, si nadie me convence? Y si lo hago, ¿sirve para
algo mi papeleta?
Todo
ello depende del sistema que regula el voto. La
famosa Ley D’Hondt.
Este
modelo ha sido ampliamente criticado por sus características de
reparto, que son
de tipo proporcional, y no mayoritario.
Hay
que puntualizar que la denominada Ley D’Hondt, en realidad,
no es tal ley, sino que es una idea, un mero sistema electoral.
¿Ley
D’Hondt o sistema mayoritario?
En
nuestra vida diaria, si sondeamos a nuestros familiares y amigos
sobre qué postre prefieren o qué color les gusta más para las
nuevas cortinas de tu casa, cada uno de ellos elegirá una opción:
es decir, una
persona=un voto.
Pero
a la hora de elegir un Gobierno central, la cosa no es tan sencilla.
En España, al igual que en otros muchos países, no contamos con un
sistema mayoritario, sino con un sistema
proporcional.
Este sistema, a priori, garantiza una representación
más fiel
a como lo haría un sistema meramente mayoritario.
El
doctor en Comunicación Política Jorge Santiago Barnés opina para
Muy Interesante que la
Ley D’Hondt está injustamente demonizada,
y pone un ejemplo sobre las consecuencias negativas que tendría, en
España, la utilización de un sistema mayoritario:
“El
sistema mayoritario no sería más representativo, sino todo lo
contrario. No representaría las necesidades reales del país,
sino que, en su 80%, representaría las necesidades de las 4
provincias más grandes (Madrid, Barcelona, Bilbao, Sevilla). A nadie
le preocuparían las 80.000 personas de Soria”. Y añade: “Si
eliminamos la Ley D’Hondt, ciudades como Cuenca o Salamanca
dejarían de formar parte de la representación, porque ningún
político
querría ir a esas provincias a hacer campaña”.
Teniendo
esto en cuenta, podríamos pensar que es más adecuado un sistema
proporcional al mayoritario. El catedrático tiene su opinión al
respecto: “No sé si es el sistema más adecuado, pero
para España, que tiene un país muy diverso cultural y socialmente,
la representatividad es obligada, con más o menos fuerza”.
¿Cómo
se reparten los escaños?
Para
obtener un escaño, un partido
político
necesita tener un mínimo de representación. En
España, si un partido no ha obtenido el 3% de los votos, no se le
otorgará ningún escaño.
En
2016, se hizo popular una serie de vídeos bajo la etiqueta
#WhyElections
del Instituto
para el Avance de la Narrativa,
del que Sergio de Pazos es director de diseño estratégico.
Esta
serie explica con detalle cómo funciona el sistema electoral y el
complejo reparto de escaños. Según cuenta Sergio a Muy Interesante:
“Cuando la gente de a pie observa disparidades o resultados
incongruentes en las elecciones, identifica correctamente varios
problemas de nuestro sistema electoral español, pero atribuyen
incorrectamente a D’Hondt estos problemas”.
En
este vídeo
vemos cómo la fórmula para obtener un escaño consiste en
ir repartiendo el número de votos dividido entre los escaños que
nuestro distrito tiene disponibles.
Por ejemplo, en Madrid hay 36 escaños para repartir. Tomando el
ejemplo del vídeo, cada 99.963 votos, un partido obtiene un escaño.
Sería
como amontonar
los votos de un partido en grupos de 99.963, y cada grupo es un
escaño.
Entonces,
¿qué
pasa con los partidos pequeños que no llegan a contar con los votos
suficientes como para obtener un escaño?
Estos votos no se desechan, sino que se ‘suman’ a los partidos
que tienen más votos para dar lugar a más escaños aún.
Además,
lógicamente, a los grandes partidos les sobrarán votos que,
sumados, no llegan para obtener un nuevo escaño. Por
tanto, el partido con más votos cuenta ahora con votos suficientes
para obtener un nuevo escaño.
Al
final, obtenemos una sobrerrepresentación muy fuerte de los grandes
partidos nacionales, y una infrarrepresentación muy acusada de los
partidos más pequeños, dispersos por la geografía
nacional.
¿Por
qué se premia a los partidos mayoritarios?
¿Por
qué el reparto de votos se hace así? La ley D’Hondt ‘regala’
votos que no sirven para conseguir un escaño, y se los da a un
partido mayoritario para que consiga un escaño más.
No
obstante, hay otros sistemas de reparto proporcional que hacen lo
contrario: otros sistemas reparten esos votos sobrantes que no le dan
a un partido grande para obtener un nuevo escaño, y se los da a un
partido menor para que éste sí pueda obtener, al menos, uno. Así,
estaría mínimamente representado en el Parlamento
(aunque no exactamente por sus propios méritos).
En
cambio, la
Ley D’Hondt favorece a partidos que ya tienen escaños y les
‘ayuda’ a que tengan uno más con esos votos sobrantes de
partidos pequeños.
(También es una repartición ‘irreal’, con ayuda, sin mérito)
Pero,
para Jorge Santiago, este reparto es más justo. A los que favorece
son partidos que ya han obtenido representación parlamentaria. “Este
sistema de reparto ayuda a que los partidos que más votan los
ciudadanos puedan tener más fuerza para defender sus propuestas. No
podemos castigar a los partidos que más votan los ciudadanos”.
Aquí
hay múltiples lecturas. Desde otro punto de vista, la pequeña
‘ayuda’ de votos sobrantes que le damos a los partidos
mayoritarios no supone una diferencia muy significativa. Es decir,
para un partido que ya cuenta con 12 escaños no supone demasiado
contar con un escaño más: 13. Pero para
un partido menor, entregarle estos pocos votos sobrantes supone la
diferencia entre estar o no representado en el Parlamento,
aunque sea con un único escaño.
El
problema de los distritos electorales
Lo
siguiente que debemos tener en cuenta es el distrito
electoral.
La Constitución marca la provincia como distrito electoral y el
número mínimo de escaños a repartir en ella.
De
aquí surgen varios problemas, como comenta Sergio:
“Primero:
no encajan con la población; en
Soria un escaño representa a menos de 35.600 personas, en Madrid un
escaño representa a más de 130.000 personas”.
“En
segundo lugar, en distritos donde hay muchos escaños, como por
ejemplo en Madrid, todos los partidos compiten por solo
36 escaños a repartir”.
Por
otra parte, en
distritos pequeños de 3 escaños solo los dos o tres principales
partidos pueden competir
por los escaños. “Se fomenta el voto útil”, comenta Sergio.
Los
nacionalismos
¿Hasta
qué punto las comunidades autónomas facilitan o bien hacen más
difícil una representación fiel del color político del país?
Para
Sergio de Pazos, hay en juego un sesgo
de confirmación:
“Grandes
partidos aprovechan para desinformar y denunciar un inexistente
problema electoral que favorece al nacionalismo”.
Según
Sergio, el juego consiste en comparar los peores datos de
infrarrepresentación de algunos partidos nacionales con los mejores
resultados en términos de coste de escaño de un partido
nacionalista. "Pero la realidad es que cualquiera
de los dos grandes partidos tienen tasas de sobrerrepresentación
escandalosas
en ese sentido", asegura.
“Así
su granero de votantes se reafirma en su sesgo de confirmación y,
por otro lado, tienen un argumento de desinformación para convencer
a potenciales votantes. Este es un ejemplo de cómo
impacta y se nos manipula socialmente a partir de nuestros propios
sesgos”,
sentencia.
Ahora,
nos detenemos en el
impacto de los votos en blanco, nulos o la abstención. Para
comprenderlo bien, tendríamos que recurrir a conceptos complejos de
estadística. No obstante, a continuación vamos a explicar a grandes
rasgos cómo se contabilizan las 3 posturas respecto al sufragio.
¿A
dónde va el voto en blanco?
A
diferencia de lo que se suele pensar, los votos en blanco sí
cuentan, pero nunca se les da ningún escaño. Es decir, solo cuentan
en el recuento total de votos. Cuantos más votos haya, más difícil
será para los partidos obtener ese 3% necesario para obtener la
representación parlamentaria. (No es lo mismo el 3% de 100.000 que
de 150.000; el segundo es un número mayor).
Un
voto en blanco es aquel en el que el ciudadano ha entregado el sobre
vacío; o bien, en las papeletas del Senado, ha entregado la papeleta
en blanco, sin ninguna opción marcada.
¿Por
qué se dice que el voto en blanco ‘regala escaños’ a los
partidos más grandes?
Según
esto, el voto en blanco haría más difícil a los partidos pequeños
obtener representación, sí. Pero ¿cómo que ‘regala escaños’?
Como estamos en un sistema de reparto, todos los votos deben contar,
pero también hay que repartir todos los escaños. El porcentaje de
votos en blanco aumenta la desviación (la misma infrarrepresentación
del voto en blanco, dado que no tiene votos, se traduce en una
sobrerrepresentación equivalente para los partidos mayoritarios).
Con
todo, el porcentaje de desviación que arroja es mínimo. En el
ejemplo de #WhyMaps,
se sitúa en torno al 0,52%.
¿A
dónde va el voto nulo?
Hay
varias formas de considerar un voto como nulo. En general, es aquella
papeleta dañada, tachada o garabateada que no puede contarse como un
voto válido (y tampoco como un voto en blanco).
El
voto nulo, a diferencia del voto en blanco, no cuenta en la
contabilidad de los votos. Por tanto, no dificulta a los partidos
pequeños llegar al porcentaje mínimo para obtener un escaño.
De
hecho, no está claro de qué manera impacta el porcentaje de votos
nulos al sistema electoral, o si tiene impacto alguno.
¿Qué
impacto tiene la abstención?
Ocurre
lo mismo con la abstención. Muchos
ciudadanos deciden no ir a votar o votar nulo para expresar su
disconformidad con el sistema electoral, o como ‘castigo’ a los
políticos.
Pero tampoco queda claro el impacto de la abstención, si bien
históricamente ha superado en ocasiones al 50% de la población.
Legalmente,
la
abstención podría llegar incluso a representar el 70%,
y las elecciones seguirían teniendo validez.
Jorge
Santiago reflexiona sobre la abstención y el voto nulo: “Estamos
en un país libre y puede ir a votar a quien quiera, pero eso dice
mucho de un país.
Tenemos derechos y también deberes, e ir a votar es un derecho, pero
también es un deber.
El abstencionismo también es una crítica, pero prefiero que la
gente vaya a votar y que vote nulo; así das un ejemplo de compromiso
con tu país”.