Escritor,
guionista y director de cine
nacido
en Madrid. Su verdadero nombre es Jorge Loriga Torrenova.
Rara
avis de la literatura española, siempre tildado (más bien
disfrazado) por los medios como “una estrella del rock que no
canta, sino que escribe”, Ray lleva publicando novelas desde 1992
cuando saltó al estrellato y
lanzó Lo
peor de todo,
en
la que su peculiar Lazarillo, Elder, era un joven inconformista
–quejica, más bien- y bastante gilipollas, antisocial de pega y
vago de remate que acababa contentándose con “la buena vida”.
Luego vino Héroes
(1993)
y toda una generación de lectores que estábamos cansados de que nos
dijeran que no teníamos futuro alguno y que sólo nos quedaba servir
hamburguesas en MacDonald´s abrazamos cada palabra que había en
aquel libro, justificando que escuchar canciones de David Bowie
también es vivir. Para
rematar un par de años después con Caídos
del cielo
y terminar de pegar el batacazo en la cabeza a la muchachada con su
fábula homicida sobre la fraternidad y la incapacidad de encajar en
la sociedad. Por si fuera poco, de esta última firmó su propia
versión cinematográfica, La
pistola de mi hermano,
filme que recibió no pocos vapuleos y que ha quedado relegado al
olvido, sólo rescatado por algunos pocos que siguen encontrando en
la fuerza de sus imágenes el discurso vacuo de un adolescente
pidiendo atención desde el brillante filo de una cuchilla de
afeitar.
Ese
Ray Loriga adolescente (post adolescente en realidad, estas novelas
las firmó entre los 25-30 años) era la voz de la Generación X en
nuestro país. Pesimista, por supuesto, pero a la vez aperturista.
Que jugaba a ser internacional y no contentarse con lo de aquí. Un
puñado de jóvenes artistas de aquella época, por primera vez en la
historia de España, podían fantasear con ser internacionales y
aspirar a grandes cosas –aunque luego fueran a salir mal, porque
para qué negarlo, el optimismo no es su fuerte-, cuestionarlo todo y
darle la vuelta a los discursos que empezaban con “cuando yo tenía
tu edad…” o “lo que tienes que hacer es…” o “lo
importante es que oposites para…”
Ahora,
Loriga hace lo que se antoja lógico. Después de 25 años de carrera
literaria, diez novelas, varios guiones cinematográficos y muchos
escándalos, Loriga vuelve a sorprender a sus fieles fanáticos, que
lo han acompañado desde sus inicios. Tras varios años en los que
había dado poco de que hablar y un par de novelas que no se
incluirán en ninguna lista de excelencias literarias, su
décima novela (Rendición)
fue
galardonada
en
2017 con
el Premio Alfaguara.
Se
pone en la piel de un narrador que ve cómo su mundo se acaba. Cómo
todo lo que había conocido se desmantela y desaparece pasto del
fuego, el abandono y la destrucción. Todo lo que queda en el mundo
fuera de la ciudad transparente de este hombre cuyo nombre nunca se
nos dice, es un estercolero. Y, curiosamente, en la ciudad
transparente, lo que está abocado a hacer es conducir un tren de
mierda en una planta de tratamiento de residuos humanos. Mierdas, eso
sí, que no huelen.
Realista
y al mismo tiempo apocalíptica,
esta novela cuenta la historia de una pareja y un inesperado
visitante que deben enfrentarse a un éxodo masivo hacia una ciudad
transparente a pedido de las autoridades. En este nuevo hogar no
existe lo privado, sino que todo es de dominio público, pues la
ciudad tiene todo lo que sus habitantes necesitan y a cambio reclama
transparencia total: sin secretos ni paredes.
La
voz narrativa del marido nos explicará cómo ese nuevo mundo
convierte en obsolescentes a los individuos incapaces de plegarse a
una felicidad homogénea,
colectiva, desmemoriada.
Con
esta metáfora
Loriga plantea una de sus críticas más frecuentes:
la inmersión que nos provocan las redes sociales,
y cómo en este pequeño mundo hiperconectado y en apariencia privado
en realidad todo es compartido.
Rendición
es una distopía, una novela de ciencia ficción, una parábola de
tintes kafkianos y orwellianos, con influencias del mexicano Juan
Rulfo.
Y
de qué trata la novela, en palabras del propio Loriga: "Trata
sobre quiénes somos cuando nos cambian las circunstancias, cuando
nos quitan las flores del jardín, cuando los muebles se han ido,
cuando las situaciones han cambiado; quiénes somos de verdad, esa es
la pregunta que me hago en el libro". No es, afirma, una
"metáfora política concreta" sino "una pequeña
mirada ante los cambios del mundo y cómo afectan a las personas".
Y
así
arranca la novela: "Nuestro optimismo no está justificado, no
hay señales que nos animen a pensar que algo puede mejorar. Crece
solo, nuestro optimismo, como la mala hierba, después de un beso, de
una charla, de un buen vino, aunque de eso ya casi no nos queda
(...)".
Rendición
aborda la muerte, la paternidad, el sindicalismo, la costumbre, la
posesión, el engaño, el trabajo, la limpieza, el destino común, el
bien común, el drama del agua, el desamor, el fastidio y sobre todo
la mierda.
Rendición
es una heredera de la filosofía existencialista. Su
lectura te da una
sensación de vacío. Presenta
el inútil bregar de sus personajes condenados de antemano a la
soledad de la ciudad transparente. El
personaje principal pierde a su mujer, a sus hijos, que la patria
envió a la guerra que es todas las guerras, y sus bienes materiales
en una lucha irreal y lejana con la que nadie se ha comprometido,
como sucede con todas las guerras. La ciudad de cristal es la
ratonera perfecta.
Conmueve
tanto su lenguaje como su pesimismo. El lenguaje es casi plano, nada
efectista, Ray nunca ensucia su texto. Quizá
quiere ayudar al lector de tan comprensible y directo. Evita los
adjetivos, las enumeraciones. Parece
que la haya escrito
pegado a la tierra, a los cambios de la naturaleza que también son
los cambios en su cuerpo, la infame destrucción que significa
cualquier guerra y a veces también cualquier vejez. Muchas
de sus frases inspiran
por
su sabiduría personal pero también por su sapiencia que viene desde
el surco.
Se
trata de una escritura simbólica y muy actual porque pensar en la
guerra es pensar en gente sin Estado, sin patria, que se ahoga y
aparece sobre las playas del mundo como los personajes de este relato
que mueren por ausencia, por asfixia, por falta de intimidad.
El
gran símbolo de Rendición
es la ciudad de cristal, alegoría de regímenes totalitarios como el
estalinismo o el nazismo, que deshumanizaban a las personas
reduciéndolas a un número (horriblemente tatuado en el antebrazo).
Las
últimas páginas son las que dan sentido al título, y lo hacen con
voluntad de impacto y sentido sacrificial. Es, ciertamente, un
estupendo final.
Rendición
nos hace pensar en El
cuento de la criada
de Margaret
Atwood,
en Ensayo
sobre la ceguera
de José
Saramago,
y, también, por supuesto, en 1984
de George
Orwell
y en El
castillo
de
Kafka.
Los
críticos literarios de The
New York Times, The Guardian, The Washington Post
consideran a Ray un autor fuera de serie, original, convincente, a la
altura de Burroughs, Houellebecq, Gibson...
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