David
Herbert Richards Lawrence fue un escritor
británico, autor de novelas,
cuentos, poemas, obras de teatro, ensayos, libros de viaje, pinturas,
traducciones y críticas literarias.
D. H. Lawrence rompió esquemas morales con una carnalidad nada habitual en su época. Un escritor como Lawrence necesitaba dar salida a la tormenta de pasiones que enreda a hombres y mujeres, y la simulación o la referencia velada no iban ni con su temperamento ni con su escritura. Y necesitaba explorar sin veladuras los sentimientos, el sexo, el matrimonio, los instintos, la espontaneidad e incluso la religión. El resultado, por aquello de ir de un extremo a otro, fue que introdujo la carnalidad de los sentimientos y del espíritu en su literatura y allí ardió Troya. Fue un hombre resuelto a explorar y exponer lo que de verdad hay en el origen del encuentro y la lucha entre los sexos. Él pone el acento por igual en hombres y mujeres, aunque sus heroínas suelen ser más complejas. Y se expresa con la vehemencia y la fuerza de un joven salvaje.
D. H. Lawrence rompió esquemas morales con una carnalidad nada habitual en su época. Un escritor como Lawrence necesitaba dar salida a la tormenta de pasiones que enreda a hombres y mujeres, y la simulación o la referencia velada no iban ni con su temperamento ni con su escritura. Y necesitaba explorar sin veladuras los sentimientos, el sexo, el matrimonio, los instintos, la espontaneidad e incluso la religión. El resultado, por aquello de ir de un extremo a otro, fue que introdujo la carnalidad de los sentimientos y del espíritu en su literatura y allí ardió Troya. Fue un hombre resuelto a explorar y exponer lo que de verdad hay en el origen del encuentro y la lucha entre los sexos. Él pone el acento por igual en hombres y mujeres, aunque sus heroínas suelen ser más complejas. Y se expresa con la vehemencia y la fuerza de un joven salvaje.
Su
literatura expone una extensa reflexión acerca de los efectos
deshumanizadores de la modernidad y la industrialización, y abordó
cuestiones relacionadas con la salud emocional, la vitalidad, la
espontaneidad, la sexualidad humana y el instinto. Las opiniones de
Lawrence sobre todos estos asuntos le causaron múltiples problemas
personales: además de una orden de persecución oficial, su obra fue
objeto en varias ocasiones de censura; por otra parte, la
interpretación sesgada de aquella a lo largo de la segunda mitad de
su vida fue una constante. Como consecuencia de ello, hubo de pasar
la mayor parte de su vida en un exilio voluntario, que él mismo
llamó «peregrinación salvaje».
Aunque
en el momento de su muerte su imagen ante la opinión pública era la
de un pornógrafo
que había desperdiciado su considerable talento, E.
M. Forster,
en un obituario,
defendió su reputación al describirlo como «el novelista
imaginativo más grande de nuestra generación». Más adelante, F.
R. Leavis,
un crítico de Cambridge
de notoria influencia, resaltó tanto su integridad artística como
su seriedad moral, lo que situó a buena parte de su ficción dentro
de la «gran tradición» canónica de la novela en Inglaterra.
Con el tiempo, la imagen de Lawrence se ha afianzado como la de un
pensador visionario y un gran representante del modernismo
en el marco de la literatura inglesa,
pese a que algunas críticas
feministas
deploran su actitud hacia las mujeres, así como la visión de la
sexualidad que se percibe en sus obras.
Es
posible que todavía persista una imagen de D.
H. Lawrence
como un pornógrafo de calidad literaria, como un libertino sexual
capaz de provocar con sus textos sensaciones excitantes. Lástima. La
prohibición por obscenidad de varios de sus libros en una Inglaterra
todavía postvictoriana –y en la España franquista– está en el
origen de la equivocación. También el uso interesado y excesivo
–búsqueda de la comercialidad– que el cine ha hecho del
contenido erótico de sus obras.
Todo
ello ha distorsionado el perfil real de Lawrence y la posibilidad de
escuchar su voz con nitidez. También la dureza de la crítica
feminista que, encabezada en su día por la mismísima Virginia
Woolf,
siempre ha considerado que Lawrence sentía antipatía hacia las
mujeres, que las presentaba como posesivas y destructivas. Bueno, es
difícil separar el grano de la paja.
Lawrence
fue algo así como el último romántico y el primer hippie,
y su discurso sobre el sexo está basado en la convicción de que la
sexualidad debe manifestarse sin trabas, respondiendo al instinto, a
la animalidad más que subyacente en el ser humano, que está
sofocada por la civilización industrial y que ha perdido su
dimensión natural, doblemente natural –si se quiere– pues ha de
desarrollarse en contacto y armonía con la Naturaleza.
El
protestante Lawrence fue un hombre de preocupaciones religiosas, que,
al final, conectaron con planteamientos panteístas y budistas. No es
que pensara que el sexo debía ser una religión, pero sí que la
religión o –más bien– la espiritualidad no está reñida con el
sexo. Todo lo contrario, el espíritu no puede ser tal si no actúa
muy unido a lo físico.
Pero
hay datos biográficos interesantes para el análisis y el debate.
David Herbert Lawrence nació en 1885, junto a Nottingham, cuarto
hijo de un matrimonio imposible y en pie de guerra, formado por un
minero analfabeto, rudo y alcohólico y una ex maestra culta, amante
de la lectura y… muy posesiva.
Con
un padre exponente del machismo más violento y una madre metida
hasta el tuétano de sus huesos, la sexualidad de Lawrence nunca
estuvo muy clara. Mejor dicho, estuvo clarísima: tuvo relaciones
homosexuales y mostró relaciones lésbicas en sus novelas.
Pero
también tuvo una esposa durante toda su corta e intensa vida.
Conoció en 1912 a una mujer casada, madre de tres hijos y –es un
dato– seis años mayor que él. Era Frieda
Weekly,
esposa de un profesor, Frieda
von Richtofen,
de soltera, hermana del temible aviador alemán conocido como El
Barón Rojo. Primero se fugaron a Alemania y, en 1914, cuando ella
consiguió el divorcio, se casaron.
A
Frieda la conoció dos años después de la muerte de su adorada y
temida madre, que murió de un cáncer horrible. Lawrence la ayudó a
morir, suministrándole una sobredosis de somníferos. ¿Ambos
descansaron en paz? Su novela Hijos
y amantes
(1913), escrita a renglón seguido de estos acontecimientos, es, como
otras suyas, de fuerte tono autobiográfico.
Tras dedicarse unos años a la enseñanza, Lawrence publicó sus primeros poemas en The English Review, gracias a Ford Madox Ford, que también intervino a su favor para la publicación de su primera novela, El pavo real blanco (1911). En 1912 apareció El merodeador, que causó un gran escándalo por la minuciosa descripción de escenas de sexo, aspecto que caracterizaría sus obras y que le supondría numerosos problemas con la censura y la moral de la época. Su primera novela de madurez, Hijos y amantes (1913), describe en gran medida su propia juventud, al tiempo que refleja su preocupación por los efectos de la naciente sociedad industrial.
Tras dedicarse unos años a la enseñanza, Lawrence publicó sus primeros poemas en The English Review, gracias a Ford Madox Ford, que también intervino a su favor para la publicación de su primera novela, El pavo real blanco (1911). En 1912 apareció El merodeador, que causó un gran escándalo por la minuciosa descripción de escenas de sexo, aspecto que caracterizaría sus obras y que le supondría numerosos problemas con la censura y la moral de la época. Su primera novela de madurez, Hijos y amantes (1913), describe en gran medida su propia juventud, al tiempo que refleja su preocupación por los efectos de la naciente sociedad industrial.
Todos
los problemas de Lawrence vinieron más o menos juntos a partir de
1914, cuando volvió a Inglaterra después de haber vivido en Baviera
y en Italia: no tenía –como nunca tuvo– un penique; desde niño
enfermaba con frecuencia de los pulmones; cayó fatal en Inglaterra
su declaración de pacifismo y antimilitarismo ante la Gran Guerra y,
aprovechando que su mujer era alemana, el matrimonio fue acusado de
espionaje y amenazado con la cárcel y su novela El
arco iris
(1915) fue prohibida por obscena.
Los
Lawrence, visto lo visto, se largan de una Inglaterra redundantemente
irrespirable –a la que apenas volverían–, también por la
conveniencia de buscar un clima mejor para la salud del escritor, y
también pintor, pues le pegó mucho a la acuarela.
Italia
(varias veces), Sri Lanka, Australia, Nuevo México (Estados Unidos)
y México, donde Lawrence se pondría malísimo de tuberculosis y
malaria. Los libros de viajes fueron, entre los más de 70 volúmenes
que escribió –y miles de cartas, muchas publicadas por su amigo
Aldous
Huxley–,
una de las mejores vetas del escritor.
En
Italia escribió La
vara de Aarón
(1922) y empezó la redacción de un volumen de crítica literaria,
Estudios
sobre literatura clásica americana,
que publicó en 1923. Antes de partir hacia Australia encontró
editor para una serie de relatos agrupados bajo el título Mujeres
enamoradas,
que había empezado a escribir en 1921.
En
Australia escribió Canguro
(1923) y más tarde se trasladó a México, que le inspiró La
serpiente emplumada
(1926), y por último regresó a Florencia, para escribir El
amante de Lady Chatterley
(1928), su obra más celebrada y de mayor rigor literario, que
influyó, entre otros, en Henry
Miller.
Mujeres
enamoradas
(1921) y El
amante de Lady Chatterley
(1928) son, claro está, las dos novelas de referencia del escritor.
La segunda fue prohibida en el acto en Inglaterra, donde no se
publicó hasta 1960. El desmelenado Ken
Russell
estuvo relativamente comedido cuando adaptó la primera, pero la
segunda –varias veces llevada al cine– tuvo muy mala pata con la
muy difundida versión de Sylvia
Kristel
y el director Just
Jaeckin,
los perpetradores de Emmanuelle.
El
modernismo sirvió las coordenadas literarias de Lawrence, que, como
novelista (y muy realista, en el fondo), estuvo influido por Thomas
Hardy
y, como poeta, por Walt
Whitman.
A ambos estudió, y sus ensayos, como el resto de su literatura, han
sido muy alabados por críticos tan
influyentes como Edmund
Wilson
y Harold
Bloom,
que lo consideran uno de los grandes escritores, de gran aliento y
calado, de todos los tiempos. Wilson, en particular, tuvo muy buen
ojo, pues, ya en 1929, escribió que los llameantes amores
adulterinos de la rica esposa aristocrática con el primitivo
guardabosques hacían de El
amante de Lady Chatterly
«una parábola de la Inglaterra de la posguerra».
En
El
zorro y otras historias
–dos más, novelas cortas–, que ahora edita Nocturna,
paladearemos esa tensión de las parejas amenazadas por un tercero (y
por sí mismas), esos amores desiguales y desasosegantes, la
minuciosidad de las descripciones tanto exteriores como psicológicas
de Lawrence y, por cierto, su facilidad para los diálogos breves y
rápidos, muy actuales.
La tuberculosis mató a Lawrence en un pueblo de Francia. Tenía 44 años. El tercer marido de Frieda llevó, después, sus cenizas a Nuevo México.
La tuberculosis mató a Lawrence en un pueblo de Francia. Tenía 44 años. El tercer marido de Frieda llevó, después, sus cenizas a Nuevo México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario