El
huevo es símbolo de nacimiento en numerosas civilizaciones. El ave
Fénix,
un mito surgido en Egipto, renacía de sus cenizas a partir de su
huevo original. También representa la fertilidad en la cultura
romana y de Oriente Medio anterior al crsitianismo, y regalarlo
significaba celebrar la primavera: el renacimiento de la naturaleza.
La
religión cristiana adoptó esta costumbre para la Resurrección de
Cristo, que se rememora en la Pascua. La tradición de dar huevos a
los seres queridos se originó en la Edad Media, ya que durante la
Cuaresma estaba prohibido comerlos, y las familias conservaban
algunos cocidos y protegidos con una capa de cera, para entregarlos
como obsequio al finalizar la Cuaresma y el luto, o sea, el Domingo
de Pascua.
Fecundidad irisada
La
idea de pintarlos proviene de entonces, y cuando la Iglesia católica
dejó de prohibir su consumo, los pasteleros europeos los elaboraron
con chocolate e incluyeron sorpresas en su interior. La costumbre
dicta que los padrinos de bautismo los regalen a sus ahijados. Al
mismo tiempo afloró la tradición del conejo de Pascua, otro símbolo
de fertilidad.
En la tradición anglosajona, el conejo representaba a Easter (Ostern
en Alemania), la diosa del mes de abril, y se menciona en textos del
siglo XVI. Fue introducido en EE. UU. por los emigrantes alemanes y
neerlandeses que llegaron a la región llamada Pensilvania holandesa.
Los niños de los pioneros esperaban que, si se portaban bien, el
conejo de Pascua les
pusiera huevos de colores en nidos que preparaban en lugares ocultos
la noche anterior.
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