El
icono del landismo y premio al mejor actor en Cannes con 'Los santos
inocentes'.
Landa
casi salta la banca en su nacimiento, un día 3 del mes tres del 33,
a las tres de la tarde, y en Madrid ha vivido durante años en el
portal 3 de su calle. Nació en Pamplona y su familia –su padre era
Guardia Civil, que hubiera querido un abogado en casa- se trasladó a
San Sebastián siendo él niño. Y de allí salió para ser actor.
En
Donostia descubrió la interpretación, en el Teatro Español
Universitario, allí le picó el gusanillo. Y
en
Madrid escaló poco a poco en el mundo del teatro, un universo
bullicioso, pero de hambre y mucha cutrez.
El
cine le amó con locura, pero él amó al teatro. Hubo un tiempo en
que el acorazado Landa parecía invencible. Por cine, televisión y
por carácter. Él solo tiraba de una industria, la del cine, y él
bautizó a un estilo: el landismo. A ver quién iguala eso. O sus 120
películas, la mayor parte de ellas de protagonista, y su medio siglo
delante de las cámaras (porque debutó tarde, a los 29 años). Y el
Premio de interpretación en Cannes y dos goyas,
y otro de Honor.
Todo
eso se apagó a los 80 años. Y aunque ahí están trabajando grandes
como José Sacristán o Concha Velasco, compañeros de esa generación
bragada en películas de tipos peludos y suecas macizas, de orgullo
de patria y de desconcierto ante lo nuevo, la desaparición de ese
señor achaparrado, firme, de manos grandes, avisa: se acaba una
época.
Del
landismo destacan Cateto
a babor, No desearás al vecino del quinto,
Vente
a Alemania, Pepe
(una comedia con un personaje tristísimo como protagonista),
El arte de casarse, Los subdesarrollados, Una vez al año ser hippy
no hace daño, París bien vale una moza, Las leandras, Cuando el
cuerno suena.
Este
subgénero de la comedia, que nació en torno a la figura del actor y
que fue mal
recibido por la crítica,
se prolongó a lo largo de los años setenta coincidiendo con los
últimos coletazos del franquismo y la explosión del turismo
internacional en España y
se convirtió en fiel
reflejo de su época
a través de personajes reprimidos que encarnaban las frustraciones
nacionales y generacionales de los españoles.
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