El primero se emitió en Inglaterra: fue el Penny Black (por ser negro y costar un penique). Su impulsor fue Rowland Hill y en torno a él hay toda una leyenda.
Un
sello postal o de correos –también conocido como estampilla o
timbre– es un comprobante del pago previo o franqueo de un envío
efectuado por correo. Se trata de una etiqueta, un pequeño papel
generalmente engomado cuya forma más usual es rectangular o cuadrada
(aunque existen otros formatos), que se pega en el sobre o paquete a
enviar. Hoy día, con el auge de los medios electrónicos de
comunicación, es cada vez más infrecuente recurrir al correo postal
convencional, y así los sellos son casi exclusivamente objeto de
coleccionismo: la filatelia o afición por coleccionar y clasificar
estampillas, una actividad nacida en el último tercio del siglo
XIX,
sigue siendo el pasatiempo favorito de muchas personas. Pero, aunque
ahora nos pueda parecer algo anacrónico y pasado de moda, no hace
tanto tiempo que el sello apareció en la Historia
y, entonces, resultó una gran innovación.
El
primero se puso en circulación el 6 de mayo de 1840 en Inglaterra,
pero ¿cómo surgió la idea? La emisión del sello postal se enmarca
dentro de una profunda reforma del servicio de correos británico
emprendida, entre otros, por el profesor Rowland
Hill (1795-1879).
Hasta entonces el envío lo pagaba el destinatario en función de los
kilómetros recorridos, y no por el peso de lo enviado. Hill fue
quien propuso que el envío lo pagara el remitente según una tarifa
uniforme, establecida en función del peso de la mercancía y no del
kilometraje. En torno a cómo se le ocurrió el invento circula una
leyenda.
Según esta anécdota, en 1835, Hill, de viaje por Escocia, paró a
descansar en una posada. Mientras se calentaba junto a la chimenea,
vio que el cartero entraba en la casa y le entregaba una carta a la
posadera. Ella la examinó y se la dio al cartero, diciéndole que
era muy pobre y no podía pagar el importe, por lo que le rogaba que
se la devolviera al remitente.
Hill,
conmovido, se ofreció a abonar el coste de la misiva; el cartero le
cobró y le entregó de nuevo la carta
a la posadera. Pero ésta, una vez se quedaron solos, se volvió al
generoso huésped y le explicó con amabilidad: "Señor, le
agradezco el detalle que ha tenido. Soy pobre, pero no tanto como
para no poder pagar ese sobre. Si no lo hice fue porque no hay nada
escrito en él, salvo la dirección. Mi familia vive a mucha
distancia y nos escribimos teniendo cuidado de que cada palabra de la
dirección esté escrita por diferente mano: si aparece la letra de
todos, significa que todos están bien. Una vez examinada la
dirección de la carta, la devolvemos al cartero diciendo que no
podemos pagarla y así tenemos noticias unos de otros sin que nos
cueste un penique". La anécdota es falsa y fue desmentida por
el propio Hill en sus memorias, pero resulta muy ilustrativa del
avance
–y también el enriquecimiento para el Estado– que supuso el
sello.
Y
ese primer sello costó, precisamente, un penique. Se trata del
famoso Penny
Black de la reina
Victoria (Penny
por el precio y Black
por ser negro). Hill dibujó en él el perfil de la reina y escribió
la palabra Postage
(Correos) en la parte superior y en la inferior One
Penny
(Un penique). Omitió el nombre del país por entender que la efigie
real bastaba para identificarlo. El 8 de mayo se puso a la venta el
de dos peniques, en color azul. El nuevo sistema postal tuvo un éxito
instantáneo, hasta el punto de que en una semana se triplicó el
número de cartas enviadas; sólo el primer día de venta al público,
se vendieron 60.000 ejemplares. De resultas de ello, Rowland
Hill fue nombrado Director de Correos de Reino
Unido y
dedicó el resto de su vida a realizar ampliaciones y mejoras en los
servicios postales. El nuevo sistema encontró rápida aceptación en
otros países y a los pocos años estaba ya generalizado
internacionalmente.
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