El renovado interés por la óptica y los avances en la fabricación de cristal permitieron que a finales del siglo XIII un monje creara las primeras gafas propiamente dichas de la Historia.
Antes
del siglo XIV, los defectos de visión, fueran congénitos, como la
miopía, o ligados a la edad suponían una limitación irremediable.
Ello afectaba sobre todo a quienes se dedicaban a trabajos de
precisión o a actividades intelectuales basadas en la lectura y la
escritura. Entre estos últimos estaban los monjes, durante siglos
los grandes conservadores del saber occidental. Por ello, no es
extraño que fuera en un convento donde poco antes de 1300 se
desarrollase un invento que desde entonces ha cambiado la vida de una
parte considerable de la humanidad: las gafas.
Un
científico árabe, Ibn al-Haytham, conocido en Europa como Alhacén,
creó en el siglo XI las bases teóricas para esta invención con su
estudio de la córnea humana y de los efectos de los rayos de luz en
espejos y lentes. Sus libros se tradujeron al latín
en el siglo XIII y alimentaron un generalizado interés por la óptica
y por sus aplicaciones prácticas. Aparecieron así las "piedras
de lectura", lentes planoconvexas (semiesféricas) que se usaban
a modo de lupas y que constituyen el precedente de las gafas.
En
1306, un dominico afirmó en un sermón en Florencia:
"No
hace aún veinte años que se encontró el arte de hacer gafas, que
hacen ver bien, que es una de las mejores artes y de las más
necesarias que el mundo tenga,
y hace tan poco que se encontró [...] Yo vi a aquel que primero la
encontró e hizo, y hablé con él". Por tanto, el invento se
sitúa hacia 1286. Otra noticia de la época menciona a un monje de
Pisa
llamado Alessandro della Spina, fallecido en 1313, quien "era
capaz de rehacer todo lo que veía. Él mismo fabricó las gafas, que
otro había ideado antes, pero sin querer comunicar su secreto.
Alessandro, en cambio, enseñó a todos la manera de hacerlo".
Para mayores y jóvenes
Estas
primeras gafas consistían en dos lentes montadas en círculos de
madera o de asta, unidas mediante un remache y que se colocaban sobre
la nariz. Las lentes, de tipo biconvexo, solucionaban los defectos en
la visión cercana, como la presbicia. Hay
referencias a que se empleó como material cuarzo transparente o bien
cristal de otra piedra preciosa, el berilo,
aunque las primeras gafas también se han vinculado con la técnica
de fabricación de cristal a base de arena, potasio y carbonato de
sodio, desarrollada en Bizancio y adoptada por los venecianos.
Las
gafas se generalizaron enseguida entre las personas mayores. Por
ejemplo, el poeta Petrarca
recordaba cómo hacia 1350, cumplidos los 60 años, perdió de
repente su buena vista y se vio "obligado a recurrir con
renuencia a la ayuda de las lentes". En el siglo
XV apareció un nuevo tipo de gafas, "aptas para la visión
lejana, esto es, para los jóvenes", como decía el duque de
Milán en una carta de 1462, en una clara referencia a las lentes
cóncavas que corrigen la miopía.
Este
último tipo de gafas no sólo eran útiles para tareas puntuales
como la lectura y escritura, sino que podían llevarse todo el
tiempo. Y quizás esto hizo que se prestara más atención al
problema de cómo sostener las gafas sobre la nariz sin tener que
aguantarlas con la mano, como pasaba al principio. Por
ejemplo, se propusieron gorros con alambres de los que colgaban las
gafas, o una banda de cuero que sujetaba las lentes en torno a la
cabeza.
Curiosamente, el método de las patillas (primero apretando las
sienes y luego sujetas a las orejas) no se difundió hasta el siglo
XVIII. Fue entonces cuando las gafas, cómodas de llevar,
relativamente baratas (gracias a su producción industrial) y con
lentes cada vez mejor adaptadas a las necesidades de cada cual, se
convirtieron para muchos en un apéndice insustituible para moverse
por el mundo.
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