Hubo
un tiempo en que los mejores periodistas eran los críticos. De los
críticos aprendieron los cronistas a tratar la realidad como quien
descerrajaba los secretos de una novela o una pieza de teatro. De
entre todos los grandes periodistas, el más divertido es el
norteamericano H. L. Mencken. Su vitriólico espíritu de
controversia reinó en la prensa norteamericana desde mitad de 1920 a
finales de 1940. Fue un estudioso de la lengua hablada, del ejercicio
político, un recalcitrante satírico y un incómodo compañero de
viaje para cualquier fiel ideólogo. Nunca creyó en el oficio de
periodista como un rincón de pureza, sino de combate. Rivaliza con
Ambrose Bierce y Mark Twain como el autor norteamericano más citado,
porque siempre una perla de ingenio coronaba sus mazazos.
Mencken
reflexionó sobre la legislación de su tiempo y no había dinámica
política que no desnudara su afilada pluma. Nacido en Baltimore, de
origen germano, se asomó al balcón de las dos grandes guerras
mundiales para concluir que el ser humano era incorregible.
Conservador antipuritano, la película de Stanley Kramer La
herencia del viento lo retrató como un ateo irónico, defensor a
ultranza de las tesis de Darwin contra el oscurantismo eclesiástico
y fanatismo antievolucionista. En ella lo interpretó nada menos que
Gene Kelly, aunque Mencken carecía de esa aeróbica majestad.
Respondía más al aspecto de un W. C. Fields con la nariz hinchada
por horas de barra. Pero ¿acaso el cine no es siempre cosmética de
la realidad?
Peleó
contra supersticiones y prohibiciones, incluida la ley seca sobre la
que disparó sus mejores balas, y su combate contra el
sentimentalismo vano, queda explicado en sus palabras. “El ser
humano es de una vileza difícil de superar. Pero es aún peor cuando
trata de disimular su vileza. Ninguna prostituta ha causado jamás un
daño mayor a la comunidad que el que causan los cruzados antivicio y
las brigadas antiobscenidad. Nuestro crimen es contar los hechos y no
las ilusiones, aunque lo que más irrita a la gente es que le digas
la verdad. Nunca una persona sincera será popular. El gusto del
público busca otra mercancía. Para lograr su agrado has de venderle
lo reconfortante”.
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