Del
nazismo al postmodernismo, las ideologías más contrapuestas se han
inspirado en su pensamiento.
Iconoclasta
e irreverente. Así se define el pensamiento de
Friedrich Nietzsche (1844-1900).
El filósofo alemán que dibujó al "superhombre" y
combatió al cristianismo, al socialismo y a cualquier tipo de
nacionalismo o racismo a través de sus textos está considerado como
uno de los pensadores
más importantes del siglo
XIX pese
a que su pensamiento
fue contradictorio,
un hecho que explica que en sus principios ideológicos se
apoyasen corrientes políticas de distintas índoles.
El
pensamiento de Nietzsche
se
caracteriza por su carácter iconoclasta e irreverente pero
no siempre ha sido bien interpretado: la
frase “Dios ha muerto”, que aparece en
boca de Zaratustra, es en realidad un lamento trágico del personaje
ideado por el filósofo alemán, que pensaba que sus contemporáneos
vivían como si Dios hubiera muerto. Parte de su obra gira en torno a
la idea de que la vida es voluntad de poder y todo lo que se opone a
ella es considerado nihilismo, moral de esclavos y decadencia.
Elogio
de la fortaleza.
Describió
a los romanos como los "fuertes" y a los judíos
como el “pueblo sacerdotal del resentimiento por antonomasia”.
Pero Nietzsche no era antisemita. Lo que le molestaba era la moral
sacerdotal que creía ver en ese pueblo y de la que surge, según el
filósofo alemán, la moral plebeya de la democracia de masas,
dominada por la debilidad y el odio a todo lo excelso y superior.
Un
ser extraordinario.
El filósofo alemán afirma que para superar el nihilismo era
necesaria la aparición del superhombre, un ser que tendrá una moral
de nobles y aceptará la voluntad del poder. El
superhombre es el que crea las normas morales y el que somete las
cosas a su voluntad.
Nietzsche postula que hay dos clases de hombres: los señores y los
esclavos. Los señores desprecian todo aquello que es fruto de la
cobardía, de la compasión y de la debilidad. Rechazan cualquier
cosa que disminuya el impulso vital. La
moral de los señores se sustenta en el orgullo y en la fe en sí
mismos.
La
condición servil.
Por el contrario, la moral de los esclavos es la de los débiles y
oprimidos. El esclavo decreta como buenas las cualidades de los
débiles: la compasión, la paciencia y la humildad (virtudes propias
del cristianismo). Los
esclavos inventan una moral que haga más llevadera su condición
servil.
Obligados a obedecer a los señores, los esclavos afirman que la
obediencia es buena y que el orgullo es malo, y promueven valores
como la misericordia y la mansedumbre. Dada
su condición servil, rechazan el egoísmo y la fuerza.
La
pulsión de ir más allá.
La idea de la "voluntad de poder" de Nietzsche ha generado
interpretaciones muy variadas, entre ellas las que hicieron los
intelectuales nazis, que también llevaron a su parcela la noción
del advenimiento del superhombre. Nietzsche piensa que los
instintos son una fuerza que va más allá del impulso a sobrevivir,
protegerse o reproducirse.
Esa fuerza se concreta en un deseo perpetuo de todo ser vivo por ir
más allá de todos, hasta más allá de sí mismo, más allá de la
muerte. Este impulso por expandirse impreso en cada ser humano es lo
único que da sentido a la existencia.
Contradicción
con patas.
Nietzsche
combatió no sólo el socialismo y el cristianismo, sino todo tipo de
nacionalismo (incluyendo el alemán), racismo, militarismo y poder
organizado.
Su pensamiento es el más contradictorio del siglo XIX y ello explica
por qué fue utilizado por abanderados de ideologías tan
contrapuestas. El nazismo
lo alzó como uno de los suyos para legitimar falsamente su régimen
racista. El
creador del psicoanálisis, Sigmund
Freud,
fue uno de sus discípulos.
Y hasta filósofos postmodernistas, como el francés Gilles Deleuze,
beben de sus fuentes.
LA
LOCURA DEL GENIO
Friedrich
Nietzsche nació en Röcken, un pequeño pueblo de Sajonia
(Alemania), en 1844. Tras su paso por la prestigiosa escuela Pforta,
inició estudios de filosofía en la Universidad de Leipzig. Allí
leyó la obra de Schopenhauer, que le causó gran impresión.
En
1869, la Universidad de Basilea le ofreció un puesto de profesor de
filología clásica y al año siguiente obtuvo la ciudadanía suiza.
En aquel tiempo entabló
amistad con la familia del compositor Richard Wagner,
pero años después, Nietzsche se alejaría de ellos, sobre todo por
el creciente chovinismo y antisemitismo de este clan. En aquel
tiempo, su precaria salud se deterioró y cayó en la depresión, lo
que no le impidió escribir Así habló Zaratustra.
En
1886 publicó Mas allá del bien y del mal, momento en que aumentó
el interés de los alemanes por la obra de este pensador. Con
44 años comenzó a mostrar signos de demencia y megalomanía.
En 1889, sumido totalmente en la locura, le ingresaron en un
psiquiátrico de Basilea. Un año más tarde, Nietzsche moría en
Weimar.
ASÍ
AMABA NIETZSCHE A LAS MUJERES
Los
rechazos amorosos le despertaban una descarga agresiva contra el
género femenino.
Nietzsche
fue un tipo enamoradizo que ejerció a lo largo de su vida una
misoginia muy singular. “El hombre ama dos cosas: el peligro y el
juego. Por eso ama a la mujer, el más peligroso de los juegos”.
Este aforismo lo sacó de sus entrañas y lo puso en boca de
Zaratustra después de conocer en Roma a Lou Andreas-Salomé y haber
recibido de ella la suficiente cosecha de calabazas. Zaratustra fue
el profeta que lanzó la proclama del superhombre, un ejemplar humano
que, según la teoría de Nietzsche, debería ser profundamente
culto, bello, fuerte, independiente, poderoso, libre, tolerante, a
semejanza de un dios epicúreo, capaz de aceptar el universo y la
vida como es. Pues bien, este modelo de superhombre aplicado por
Nietzsche a sí mismo, en la vida real babeaba ante cualquier mujer
atractiva que se pusiera a su alcance y si era rubia y rica la pedía
en matrimonio de forma compulsiva, casi como un reflejo condicionado.
El consiguiente rechazo le despertaba una descarga agresiva contra
todo el género femenino. “Hasta aquí hemos sido muy corteses con
las mujeres. Pero, ¡ay!, llegará el día en que para tratar con una
mujer habrá primero que pegarle en la boca”. Y una vez vomitada la
invectiva literaria, el superhombre quedaba tranquilo.
Su
padre fue pastor protestante, de quien recibió una educación muy
religiosa y que al morir tempranamente de enfermedad mental dejó a
su hijo Friedrich, de cuatro años, tal vez inoculado con el germen
de la locura. Durante la infancia y adolescencia del filósofo en
Röcken (la actual Alemania), su lugar de nacimiento, estuvo rodeado
de un férreo círculo femenino compuesto por la madre Franziska, la
hermana Elizabeth, la tía Rosalie y la abuela Erdmunde. Fue un
paisaje familiar agobiante, que le dejó unas secuelas de las que no
se recuperaría nunca. Además de Lou
Andreas-Salomé,
una galería de mujeres pasó por su vida, unas como amor platónico,
otras a través de una relación epistolar erótica, otras bajo la
especie de amor maternal, otras como amor imposible y cada una de
ellas formaba una ola sucesiva de un solo tormento. A todas adoraba
en la práctica, a todas zahería literariamente y pese a su
misoginia, lejos de aborrecerle, ellas se sentían atraídas por su
talento y su bondad enloquecida, pero al final siempre terminaban por
pararle los pies. Tampoco él estaba muy seguro de su virilidad. Por
ejemplo, cuando una de sus amigas, Rosalie Nielsen, lo citó en la
habitación de un hotel y comenzó a insinuarse Nietzsche tuvo que
huir saltando por una ventana.
Nietzsche
estudió Teología en el internado de Schulpforta e imbuido de
religión se adentró después en la filología griega en las
Universidades de Bonn y de Leipzig. Su cerebro no encontró la forma
de asimilar la mezcla explosiva de cristianismo y belleza socrática.
Deslumbrado por los mármoles de una Grecia imaginada, se convirtió
al paganismo, que le obligó a gritar a los cielos el aforismo
famoso: “¡Dios ha muerto!”.
Convencido
de que el Crucificado era el adalid de una religión de esclavos, se
abrazó a Apolo, el dios de la línea pura, y a Dionisios, el sátiro
de la pasión y la orgía, corrientes contrarias que comenzaron a
luchar en el interior de su espíritu. A la hora de enfrentarse a una
mujer, también se debatía entre el ideal de belleza y la convulsión
entusiasta. En este caso siempre ganaba Dionisios, el dios del
caramillo y las patas de cabra.
Seriamente
enfermo de sífilis, en 1882 Nietzsche abandonó la Universidad de
Basilea y repartió su vida errante entre la nieve suiza y el sol de
Italia. Fue en Roma, en la mansión de Malwyda van Meysenburg, una
famosa feminista alemana, que había abierto un salón literario,
donde conoció a Lou Andreas-Salomé.
Esta
rusa de 18 años era una joven que después de una adolescencia
mística se había propuesto ejercer la libertad a toda costa como
una forma de salvación personal más allá de la práctica del
feminismo militante. El choque entre esta mujer libre y el misógino
recalcitrante fue el esperado. Nietzsche se rindió ante su talento y
le pidió matrimonio a primera vista con una declaración cursi y
telúrica: “¿De qué astros del universo hemos caído los dos para
encontrarnos aquí uno con el otro?” Esta descarga poética solo
provocó una sonrisa en aquella mujer extraordinaria, que en ese
momento estaba enamorada de Paul Rée, discípulo del filósofo.
Como
forma de consolación, Nietzsche propuso vivir con ellos un triángulo
estético con un amor traspasado de idealismo pagano en la soleada
Capri, con viajes a Niza y Venecia. Tampoco cuajó la idea. Lou
Andreas-Salomé fue una coleccionista de amantes famosos,
hipotéticos, extraños, entre ellos Rilke y Sigmund Freud. Huidiza e
imposible, en esta escalada Nietzsche fue para ella el primer
peldaño.
Por
otra parte, el paganismo estético de Nietzsche le costó la amistad
de Richard Wagner, que recorría el camino contrario. Desde los
dioses nórdicos regresaba al cristianismo llevándose con él a su
mujer Cósima, otro de los amores imposibles de Nietzsche. Enamorarse
de la mujer del amigo era ese juego peligroso que al parecer más le
excitaba. El desaire le arrancaba de las entrañas un aforismo cruel.
En
la puerta del retrete de un bar de carretera, alguien había escrito:
“Dios ha muerto. Firmado: Nietzsche”. Debajo de este aforismo
otro usuario había añadido: “Nietzsche ha muerto. Firmado: Dios”.
Ante este par de sentencias inexorables Woody Allen comentó: “Dios
ha muerto, Nietzsche ha muerto y yo no me encuentro muy bien de
salud”. Es una bonita forma de bajarle los humos al superhombre.
FRASES
CÉLEBRES DE NIETZSCHE
Hemos
recopilado 20 de sus frases que han pasado a la historia:
Cuanto
más nos elevamos, más pequeños parecemos a quienes no saben volar.
Soportamos
más fácilmente la mala conciencia que la mala reputación.
Yo
no creería más que en un dios que supiese bailar.
No
puedo creer en un Dios que quiera ser alabado todo el tiempo.
Donde
uno no puede amar más debe pasar de largo.
Por
lo que más se nos castiga es por nuestras virtudes.
La
vida misma es la voluntad de dominar.
Toda
convicción es una cárcel.
Al
cristianismo no se le debe adornar ni engalanar: él ha hecho una
guerra a muerte a ese tipo superior de hombre, él ha extraído de
esos instintos, por destilación, el mal, el hombre malvado - el
hombre fuerte considerado como hombre típicamente reprobable, como
hombre réprobo.
El
mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación.
De
la escuela de la guerra de la vida. Lo que no me mata, me hace más
fuerte.
Los
monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de
ellos.
Yo
no soy un hombre, soy un campo de batalla.
Aquel
que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los
'cómos'.
Solo
el que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado.
Se
debe morir orgullosamente cuando ya no se puede vivir con orgullo.
Me
angustia la idea de tener mi inteligencia solo para mí, porque vale
más dar que tener.
El
destino de los hombres está hecho de momentos felices, toda la vida
los tiene, pero no de épocas felices.
El
pensador sabe considerar las cosas más sencillas de lo que son.
La
palabra más soez y la carta más grosera son más educadas que el
silencio.
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