Bailarina
y coreógrafa. Considerada
como una de las pioneras más influyentes de la danza moderna, su
arte se puede
comparar a lo aportado por Stravinsky a la música, Picasso a las
artes visuales o Frank Lloyd Wright a la arquitectura. Ideó
un nuevo lenguaje de movimiento que utilizó
para mostrar la pasión, la rabia y el éxtasis comunes a las
experiencias humanas.
La
renovación experimentada por el lenguaje de la danza durante el
siglo XX tuvo uno de sus puntales en la aportación de esta
bailarina. Según su concepción, la danza, como el drama hablado,
debe explorar la esencia espiritual y emocional del ser humano.
Poseedora
de un estilo lleno de simbolismo, espiritualidad, psicología y
fuerza expresiva, su
producción coreográfica fue
enorme y sus temáticas se habían ampliado hacia direcciones tan
diversas como los rituales religiosos, la mitología griega, la
condición de la mujer, las tragedias poéticas y la sátira.
Abanderó
una particular forma de entender el movimiento que
provocó
toda una revolución en su momento y
desembocó en una concreta técnica estudiada en todo el mundo y, por
consiguiente, creó la base
de mucha de la danza de hoy. De
hecho, abrió
una escuela de la que salieron brillantes intérpretes y creadores
como Merce Cunningham.
El
gran aporte técnico de Graham a la danza fue la creación de un
nuevo método denominado por ella misma
“contracción
y relajación”.
A partir de movimientos curvos y ensimismados del torso expresaba una
parte esencial e ineludible del ser humano, olvidada hasta entonces:
el dolor.
Si
en el ballet clásico uno de los propósitos básicos era ocultar el
esfuerzo, ella lo hacía visible porque “es parte de la vida”. De
esta forma, todo el abanico de sentimientos quedaba representado:
odio, amargura o éxtasis eran transmitidos con un solo gesto. Graham
se concentró en el torso como fuente de vida, como motor.
“Los
brazos y las piernas pueden ser usados para manipulaciones o
traslados, la cabeza para decisiones y juicios. Pero todo, cada
emoción, se hace visible primero en el torso. El corazón late y el
pulmón se llena, allí está el aire y con él la vida”, decía.
El
conjunto creativo de Martha Graham asciende a un total de más
de
180 obras, y algunas de ellas aún hoy se pueden ver en los
escenarios a través de la ‘Martha
Graham Dance Company’
que sigue existiendo sin la gran artista.
Algunos
ejemplos del mítico legado de esta creadora
Martha
Graham se formó en la escuela de danza Denishawn de Los Ángeles,
donde tuvo como profesores a Ted Shawn y Ruth Saint Denis. En 1923 se
trasladó a Nueva York e intervino en diversas producciones de
Broadway. Allí dirigió también, entre 1924 y 1925, la sección de
danza de la escuela de música Eastman en Rochester. En 1926 fundó
su propia compañía y empezó a preparar sus propias coreografías,
destinadas a marcar la historia de la danza.
Desde
sus primeras coreografías, Martha Graham rehuyó la exuberancia de
las producciones de Denishawn y apostó por una sencillez espartana
tanto en el vestuario como en la escenografía; su peculiar línea de
danza, de movimientos severos y angulosos, causó al principio
rechazo, pero su fuerte expresividad le dio pronto adeptos
incondicionales. A la vez que creaba sus coreografías, desarrolló
diversas técnicas con las que formó a jóvenes bailarines, y que
incluían trabajos de tensión y relajación y de armonización de
movimiento y respiración.
A
partir de 1934, Graham se sirvió exclusivamente de música
especialmente compuesta para ella para preparar sus coreografías.
Contó para ello con la colaboración de destacados compositores
norteamericanos como William Schuman, Aaron Copland y el que fue
durante gran parte de su carrera su director musical y socio, Louis
Horst. En sus últimos montajes profundizó en el uso expresivo, a
veces simbólico o alegórico, del vestuario, la iluminación y el
diseño escenográfico, para el que contó con artistas como el
escultor Isamu Noguchi.
Sus
trabajos de los años veinte y treinta pusieron de manifiesto su
actitud contra la injusticia social: Revuelta
(Honegger, 1927), Inmigrant
(Slavenski, 1928), Cuatro
insinceridades
(Prokofiev, 1929) y Lamentation
(Kodaly, 1930). Mostró también su interés por la tradición india
en Primitive
Misterys
(Horst, 1931), Frenetic
Rhythms
(1933) American
Provincials
(Horst, 1934) y Frontier
(Horst, 1935). Este último trabajo, de siete minutos de duración y
mucho más dramatizado, evocaba la aventura de una campesina
americana en el tiempo de los pioneros.
Algunos
de sus trabajos posteriores revelaron un claro compromiso político.
Dedicó Deep
Song
(Cowell, 1937) al sufrimiento de la mujer durante la guerra civil
española. Su rechazo al nazismo causó su negativa a actuar en la
inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín (1936). En 1937
creó la coreografía American
document,
una historia condensada de los Estados Unidos que representó en la
Casa Blanca, ante el presidente Roosevelt.
Junto
a Carta
al mundo
(1940), inspirada en la vida y obra de la poetisa estadounidense
Emily Dickinson, de los años cuarenta destacan Viaje
nocturno
(Schuman, 1948) y Primavera
apalache
(Copland, 1944), dos coreografías que serían llevadas a la gran
pantalla. Ambientada a principios del siglo XIX, Primavera
apalache
relataba la historia de una joven pareja en una pequeña comunidad de
la frontera americana, dirigida por un anciano pionero. Centrada en
las creencias, miedos y esperanzas en la nueva tierra de los
protagonistas, se convirtió pronto en una obra clásica de la danza.
Retirada
como bailarina en 1970, siguió en activo como coreógrafa; todavía
en 1984, con noventa años de edad, preparó la de La
consagración de la primavera
de Stravinski. En 1973 se publicó Notas
de Martha Graham,
obra que ofrece un testimonio sobre la inspiración de sus trabajos.
“Nunca
pienso en las cosas que hice; sólo en las cosas que quiero hacer, en
las que todavía no he hecho”, aseguró en la última entrevista
que concedió, hecha poco tiempo antes de su fallecimiento.
A
lo largo de su carrera, Graham creó más de 180
balletes y hoy en día su escuela, su compañía y su técnica
continúan vigentes.
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