Las
primeras medias de nailon se introdujeronn en el mercado en 1940 y
tuvieron un inmediato éxito comercial. Más tarde Wallace también
descubriría y patentaría el neopreno y el caucho sintético.
El
invento del nylon
fue el momento estelar de la química durante el siglo XX.
Ingeniería,
ciencia básica, universidad e industria se compenetraron como nunca
para hacer realidad un sueño de la innovación:
fabricar una seda artificial totalmente sintética. El nylon fue un
éxito comercial tan inmediato que literalmente convulsionó
la sociedad de EEUU en los años 40.
Pero su inventor, Wallace
Carothers,
no vivió para ver ese éxito. Tuvo una carrera científica tan
brillante como fugaz, más propia de una estrella de rock o de un
artista atormentado.
En
1928 la empresa estadounidense DuPont
decidió invertir en ciencia básica y fichó a Wallace Carothers
para liderar
la investigación en química orgánica.
Carothers, con una prometedora carrera académica por delante, dejó
su puesto de profesor en Harvard para asumir el reto que le planteó
DuPont:
fabricar una molécula gigante con un peso de más de 4.200 unidades
de masa atómica.
Sin ningún objetivo práctico, se trataba solo de batir un récord,
de superar a los que entonces comenzaban a desarrollar la química de
esas macromoléculas de larguísimas cadenas, hoy llamadas polímeros.
Carothers
lo logró tras dos años de trabajo. En 1930 produjo un
“superpoliester” con un peso molecular de más de 12.000. Ese
mismo año su equipo se apuntó otro éxito al fabricar el primer
caucho sintético (el neopreno) y además empezó a desarrollar
nuevas fibras. Pero una depresión mental y una agitada vida personal
apartaron a Carothers de esa línea durante varios años.
En
1934 Wallace Carothers regresó e inició otra etapa muy fértil como
investigador, salpicada con estancias en clínicas psiquiátricas.
DuPont le había hecho esta vez un encargo mucho más práctico:
fabricar una seda sintética, que fuera práctica para el uso
cotidiano. El equipo de Carothers retomó algunos de los
superpolímeros con los que habían experimentado por pura
curiosidad, las poliamidas; y de ahí nació el nailon, sintetizado
por primera vez el 28 de febrero de 1935.
El
reconocimiento de su gran contribución a la ciencia fue inmediato.
En 1936 fue nombrado Académico
de las Ciencias,
un honor nunca antes recibido por un químico de su especialidad.
Pero no pudo superar la depresión y sintió que su carrera
científica se estaba estancando. El 29 de abril de 1937 Wallace
Carothers se suicidó, bebiendo cianuro con zumo de limón. Con sus
conocimientos de química, sabía que tomar el cianuro potásico
disuelto en un medio ácido lo convertiría en un veneno más rápido
y potente.
Su
hija nació siete meses después y Wallace tampoco vivió para ver el
éxito de su gran invento. En 1938 DuPont patentó el nailon y
comenzó usarse en
los filamentos de los cepillos de dientes.
Pero su despegue comercial llegó en 1940,
en forma de medias
para mujer.
Las medias de nailon eran baratas, finas y mucho más duraderas que
las de seda y en su lanzamiento en EEUU se vendieron a un ritmo de 4
millones de pares al día.
La
Segunda Guerra Mundial puso un paréntesis a esta fiebre del nailon,
pues DuPont dejó de fabricar medias y destinó su fibra sintética a
los
paracaídas y otros materiales para el ejército.
Durante esos años hubo un mercado negro de medias de nailon y, una
vez terminada la guerra, su vuelta a las tiendas fue tumultuosa.
DuPont las relanzó con una gran campaña promocional pero al
principio no pudo cubrir la demanda, y el desabastecimiento de medias
de nailon provocó disturbios en las tienas. Fueron las llamadas
“revueltas
del nailon”.
En Pittsburgh, una cola de 40.000 personas para comprar 13.000 pares
de medias acabó en pelea con destrozos en unos grandes almacenes.
El
nailon revolucionó la industria textil, al hacer accesible un
artículo de lujo.
DuPont fue acusada de retener la producción de medias de nailon para
lograr más beneficios y, las protestas de las mujeres influyeron en
que la empresa liberara la patente para evitar un juicio
antimonopolio. El nailon se había convertido además en un material
estratégico, por sus aplicaciones bélicas, y también fue esencial
en el programa espacial Apollo:
se usó para fabricar los trajes de los astronautas y la bandera que
clavaron en la Luna.
La
convulsa historia del nailon es hoy un “cuento de hadas” de
progreso para la industria y para la ciencia química, siempre
asociadas por la opinión pública a la
contaminación y la toxicidad.
Para Nathan Rosenberg, profesor de la universidad de Stanford, el
invento del nailon es un ejemplo claro de que la ingeniería
beneficia a la ciencia, y no solo el revés.
Rosenberg, estudioso de la innovación, relata esta secuencia de
sinergias que llevaron desde el boom
de la industria automovilística hasta la revolución del nailon, en
su artículo para OpenMind “Innovación:
la ciencia conforma la tecnología, pero ¿eso es todo?”.
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