Recurrir
al pensamiento inconsciente intuitivo nos saca del atolladero muchas
veces. Y contra lo que se piensa, la intuición no es opuesta a la
razón.
En
un tablero de nueve filas por nueve columnas, las negras se imponen
sobre las blancas y el rey blanco está a punto de ser capturado. Se
trata de una partida de shogi, un juego de estrategia japonés, de la
familia del ajedrez, que el neurocientífico Keiji Tanaka conoce
bien. No solo porque sabe jugar, sino porque lleva
años estudiando el cerebro de otros jugadores para intentar entender
por qué y cómo escogemos una estrategia ante situaciones
complicadas que necesitan una solución rápida.
Sobre el tablero pero también en la vida cotidiana. Y parece que ha
dado en el clavo. Gracias al shogi, Tanaka ha podido saber que la
intuición reside en el núcleo caudado
del cerebro. Es una estructura que forma parte del ganglio basal, una
región del encéfalo bastante primitiva y responsable
del aprendizaje y de los hábitos.
Nos permite responder a un problema o tomar decisiones sin que
participe el pensamiento consciente. O lo que es lo mismo, utilizar
una especie de inteligencia automática y veloz en aquellos ámbitos
donde tenemos mucha experiencia.
Tan rápida que, según revelan imágenes obtenidas con resonancia
magnética, las
decisiones intuitivas se toman siete segundos antes de que nos
hagamos conscientes y las ejecutemos.
Aunque, aparentemente, todo esto ocurre sin poner empeño, la
realidad es que hay muchas neuronas y estructuras cognitivas
complejas implicadas en esta clase de pensamiento. Eso sí, trabajan
a un nivel inconsciente. Y por eso tenemos la sensación de que
nuestras corazonadas salen de la nada.
Y
en contra de lo que a veces se piensa, la
intuición
no
es opuesta a la inteligencia racional.
Actualmente, se acepta que existen dos sistemas cognitivos en el
cerebro. Uno es guiado, controlado, reglado, necesita que intervenga
la razón y exige un esfuerzo mental. El otro se basa en la
percepción, la intuición y las emociones, y ocurre a nivel
inconsciente. El primero es lento, el segundo, rápido. Y ambos nos
pueden llevar a conclusiones inteligentes.
Según
Tanaka, “la verdadera intuición solo la encontramos en expertos.
Cuando
un problema es complejo, la respuesta intuitiva lo simplifica y
contribuye tanto a los momentos eureka
como a lo que llamamos inspiración”.
Asimismo, la intuición también está vinculada al sentido de la
ética. Según investigaciones recientes, quienes
deciden de forma intuitiva mienten y engañan menos que los
individuos más racionales.
Es decir, son más honestos.
De
hecho, tomamos decisiones más acertadas usando la intuición que
recurriendo a la lógica, dice Marius Usher, de la Universidad de Tel
Aviv (Israel). En sus experimentos ha detectado que el
llamado sexto
sentido acierta
en un 90 % de las ocasiones.
¿Sin pensar? No, porque cuando la intuición se pone en marcha no
ignoramos los pros y los contras, las fortalezas y las debilidades de
las diferentes opciones. Más bien, los sopesamos en una balanza
instintiva e inconsciente, en lugar de racional y consciente.
En
la misma línea, J. David Creswell, de la Universidad Carnegie Mellon
(EE. UU.), ha comprobado que cuando mantenemos al cerebro racional
ocupado en memorizar datos a la vez que se nos pide tomar una
decisión, las elecciones son más lúcidas que si ponemos toda la
atención en elegir. Ante las evidencias, Creswell y otros expertos
recomiendan que, antes de zanjar un asunto importante, entretengamos
un poco a la mente consciente en otra tarea –ver una película o
leer un libro, por ejemplo– mientras dejamos que el subconsciente
centrifugue.
Por
otra parte, Michael Pratt está de acuerdo con la eficacia del
pensamiento intuitivo, aunque con matices. Este profesor del Boston
College (EE. UU.) ha llegado a la conclusión de que cuando hacemos
una evaluación general en un área de la que tenemos un conocimiento
profundo, dejarnos
llevar por las corazonadas es más efectivo que analizar.
Sin embargo, no es aconsejable cuando hay que centrarse en los
detalles. “La intuición es como la nitroglicerina: es buena solo
si se usa en ciertas circunstancias”, dice Pratt. Las decisiones
analíticas son más lentas pero más acertadas cuando hay que
dividir una cuestión en varias partes, como al resolver un problema
matemático. A la intuición lo que se le da bien es encontrar
rápidamente patrones y ofrecer visiones de conjunto. Y funciona, por
ejemplo, cuando un bombero se deja llevar por su olfato para tomar
decisiones en mitad de un incendio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario