Nuestros
antepasados miraban al cielo para leer signos de un futuro propicio o
trágico en las estrellas. Hoy sigue siendo un buen negocio.
Los
meteorólogos anunciaban una “luna de sangre” en la noche del 27
de septiembre de 2015 y los agoreros, por su parte, advertían de
calamidades y catástrofes a cuenta de ella. Señales bíblicas y
tambores apocalípticos se avecinaban con ese eclipse total de Luna,
que ocurría por cuarta vez en dos años; una vez más, nada
importante pasó.
En
épocas de crisis o de desgracias, nuestros antepasados miraban al
cielo en busca de ayuda y respuestas. Imploraban a sus dioses que les
enviaran señales divinas, porque los consideraban responsables
directos de lo bueno y malo que sucedía en su vida cotidiana. Tanto
era así, que los
fenómenos astronómicos y atmosféricos mal interpretados han sido
una fuente constante de ritos, mitos, supersticiones, profecías,
presagios y falsos augurios.
Ocurre,
sobre todo, con los cometas y los eclipses.
Y lo curioso y preocupante es que no es algo de antaño, sino también
de hoy.
De
hecho, la
palabra desastre significa literalmente “sin astro”, porque para
los griegos ocurría cuando la posición de las estrellas no era
favorable en determinados momentos, ya fuera en época de cosecha o
en un nacimiento.
Son muchos hombres de ciencia, no ya del pueblo llano, los que han
creído que un asteroide o un eclipse
presagiaban
o subrayaban el nacimiento o la muerte de una gran figura histórica
o anunciaban hambrunas y epidemias. Y esa creencia la mantuvieron
caldeos, babilonios, griegos, egipcios o chinos, y así continuó
durante siglos. Martín Lutero llamó a los cometas “estrellas
rameras”, porque decía que su comportamiento era muy diferente al
de otros astros. Escribió que “el idólatra dice que el cometa
puede presentarse por causas naturales, pero Dios no crea un solo
cometa que no presagie una calamidad”. En otra parte del mundo, los
yakutas de la antigua Mongolia se referían a ellos como “hijas del
diablo”: aquello que no se entiende suele dar “mal rollo”. Es
frecuente que el nacimiento de grandes personajes que están
considerados mesías salvadores del mundo esté precedido por señales
celestes o sueños proféticos.
En la noche del nacimiento de Buda,
Mahavira, Zaratustra o Jesús de Nazaret se produjeron, siempre según
las fuentes clásicas y las leyendas, grandes luminarias o
avistamientos de algún meteoro o estrella que iluminaron la
oscuridad y señalaron el lugar de la natividad. La Estrella de Belén
es el ejemplo más conocido y característico de esta “programación
celeste” para remarcar que ese niño va a dejar su huella en la
Historia.
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