En
la Edad Media, la trufa negra fue considerada una manifestación del
demonio.
Decían
los romanos que las trufas nacían del rayo y eran un presente de los
dioses. Obviamente, no es así, aunque su aspecto exterior oscuro así
se lo hiciese creer a nuestros antepasados, pero nadie duda de que
son un regalo divino. Durante la Edad
Media
llegaron
a considerarse manifestaciones del diablo.
En el siglo XII, una ordenanza municipal de Sevilla
prohibió
la venta de trufas en los alrededores de las mezquitas.
Este
hongo era
considerado un afrodisíaco del demonio.
Pero, felizmente, a partir del siglo XVIII, las trufas recuperaron el
valor gastronómico que ya tuvieron con los romanos y, desde
entonces, no han dejado de considerarse uno de los máximos
exponentes del lujo en el plato. En la actualidad,
la trufa negra es estimada durante los meses de invierno
como uno de los ingredientes estrella de la gastronomía europea.
Su
aroma recuerda a bosques y a campos de arbustos. Hoy día, se
ha convertido en un auténtico diamante negro
en la mesa del gourmet.
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