Allá
por el siglo X a. C., el ser humano decidió asentarse y fabricarse
un hogar a su medida y a la de su familia. Así fueron las primeras
casas.
Los
inicios de la agrupación de los asentamientos humanos en aldeas se
han fechado en el milenio X antes de nuestra Era, cuando todavía las
primeras construcciones neolíticas consistían en postes de madera
clavados en el suelo, que soportaban una techumbre vegetal de hierba
y hojas con muros de barro. La forma de las primeras casas era
irregular, con predominio de plantas más o menos cuadradas, aunque
también existen muros curvos o incluso casas circulares, dependiendo
siempre de los materiales de construcción disponibles en cada zona.
Un conjunto de estas sencillas chozas dieron lugar a las
primeras aldeas, compuestas por varias casas de gran tamaño con una
habitación central de unos 5x5 metros cuyo suelo estaba formado por
una capa de tierra batida y muros formados por un entramado de ramas
cubiertas con barro.
La protección de estas primeras aldeas de los peligros procedentes
del exterior estaba garantizada por una empalizada de madera. La
primera fortificación
de piedra y tierra ha sido encontrada en Jericó, Palestina, y fue
realizada en torno al 8300 a.C.
Entrada
por el tejado
Posteriormente,
las casas fueron más grandes y sólidas, pues llegaban a tener hasta
10 m de diámetro o de lado. Sus
paredes se construían a base de hiladas de piedra unidas con barro
y, a partir de una determinada altura, eran exclusivamente de adobe.
La irregularidad de las paredes
se ocultaba tras un enlucido de barro, material que también cubría
el suelo. Los techos solían ser planos, hechos con troncos, ramas y
cañizo cubierto de barro, sin que faltaran ejemplos de casas
de dos pisos, como los que se han documentado en Çatal Hüyük,
Turquía,
donde a estas viviendas de hace 8.000 años se entraba a través de
una abertura realizada en el techo y se accedía por una escalera a
las diversas habitaciones de la casa.
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