Compositor
y pianista polaco
que
exploró un estilo intrínsecamente poético, de un lirismo tan
refinado como sutil, que aún no ha sido igualado. Son pocos los
músicos que, a través de la exploración de los recursos tímbricos
y dinámicos del piano, han hecho «cantar» al instrumento con la
maestría con qué él lo hizo. Y es que el canto constituía
precisamente la base, la esencia, de su estilo como intérprete y
como compositor.
Excepto
los dos juveniles conciertos para piano y alguna otra obra
concertante (Fantasía
sobre aires polacos Op. 13,
Krakowiak
Op. 14)
o camerística (Sonata
para violoncelo y piano),
toda su
producción Chopin está dirigida a su instrumento musical, el piano,
del que fue un virtuoso incomparable. Sin embargo, su música dista
de ser un mero vehículo de lucimiento para este mismo virtuosismo:
en sus composiciones hay mucho de la tradición clásica, lo que
confiere a sus obras una envergadura técnica y formal que no se
encuentra en otros compositores contemporáneos, más afectos a la
estética de salón.
En
una primera etapa cultivó las formas clásicas (Sonata
núm. 1,
los dos conciertos para piano), a partir de mediados de la década de
1830 prefirió otras formas más libres y simples, como los
impromptus, preludios, fantasías, scherzi y danzas.
La
melodía de los operistas italianos y el folclor de su tierra natal
polaca, evidente en sus series de mazurcas y polonesas, son otras
influencias que otorgan a su música su peculiar e inimitable
fisonomía.
Sus
obras no buscan tanto la brillantez en sí misma como la expresión
de un ideal secreto; música de salón que sobrepasa los criterios
estéticos de un momento histórico determinado. Sus poéticos
nocturnos constituyen una excelente prueba de ello: de exquisito
refinamiento expresivo, tienen una calidad lírica difícilmente
explicable con palabras.
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