Si
hiciéramos un casting de la mujer más completa de la Historia,
Hildegarda de Bingen ganaría por goleada.
Pero
una vez más, la historia de las mujeres es la historia silenciada.
No
era fácil para una mujer destacar en la sociedad del siglo XII,
aunque Hildegarda
de Bingen logró ser abadesa, mística, teóloga, científica,
médica, música, escritora... y vivir 50 años plenos.
Además, su
fama de visionaria, legitimada por el Vaticano,
le dio fama en toda Europa;
hasta el punto de que emperadores como Federico Barbarroja, reyes y
cargos de la Iglesia le consultaran sobre diversas cuestiones, por lo
que también influyó en el mundo de la política y la diplomacia.
Era
la menor de 10 hermanos de una familia noble alemana y a los 14 años
fue recluida en el monasterio de San Disibodo. Allí aprendió latín,
griego, liturgia, música, oración y ciencias naturales. A los 38 ya
era la madre superiora, y compaginó la dirección del convento
con
la escritura de nueve libros sobre temas diversos. Como
científica-médica trató los elementos de la naturaleza, el cuerpo
humano y las causas de las enfermedades desde una perspectiva global
que incluía conocimientos de botánica y biología.
Fue pionera en el estudio del cuerpo femenino por separado del
masculino, relacionando sus observaciones con las características de
género. Además, se atrevió a describir el acto sexual como una
unión que iba más allá de la procreación, y consideró la
condición social y la educación de la mujer.
Una
mujer incansable
Destacó
también en la música.
Su
original creación musical –la Sinfonía
de las revelaciones celestiales,
que ha sobrevivido en manuscrito– comprende 77 canciones y una
ópera.
Desde 1977, el grupo alemán Sequentia se dedica a interpretar su
obra, que también interesó al movimiento New Age.
Y
menos mal que no fue conceptuada como bruja, porque desde niña,
Hildegarda tuvo visiones –luces y figuras misteriosas en el
cielo...– que la Iglesia atribuyó a la inspiración divina. La
causa probablemente fuera neurológica, por las fuertes migrañas que
sufría.
Hildegarda
murió en el monasterio de Rupertsberg, que había fundado ella misma
cuando tenía 50 años y donde durante tres décadas desplegó una
febril actividad más propia de una figura renacentista que de una
monja del medievo.
Fue
una mujer extraordinaria que merece ser recordada.
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