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ALEXANDER SELKIRK, LA ODISEA DEL VERDADERO ROBINSON CRUSOE


Este marino y corsario escocés pasó cuatro años en una isla desierta del océano Pacífico. Su historia fue una de las fuentes de inspiración de la mítica novela.
Alexander Selkirk (1676-1721), hijo de un zapatero, nació en un pequeño pueblo pesquero de Escocia llamado Lower Largo. Poco se sabe de sus primeros años, salvo que fue un joven pendenciero y que en 1693, tras ser acusado de "conducta indecente en una iglesia", huyó de su localidad natal y se enroló como marino en un buque. Fue el principio de su carrera como corsario, que le llevó a participar en varios viajes por el Pacífico Sur en el marco de la Guerra de Sucesión española (1701-1714). El 11 de septiembre de 1703 se unió a una expedición comandada por William Dampier que partió de Kinsale, Irlanda, portando patentes de corso del Almirantazgo británico que autorizaban a los barcos a atacar a las naves enemigas de España. Selkirk iba en el Cinque Ports con el rango de segundo de a bordo, por lo que es de suponer que ya contaba con gran experiencia marinera.
En septiembre de 1704, después de muchos avatares –tormentas, cruentas batallas con franceses y españoles, un fallido saqueo de la ciudad minera de Santa María (Panamá), disputas internas...–, el capitán del Cinque Ports, Thomas Stradling, se separó de Dampier y atracó en la isla conocida como Más a Tierra, en el archipiélago chileno Juan Fernández: un conjunto de islas situado en el Pacífico Sur a más de 670 km del continente americano. Allí Selkirk, viendo que el barco estaba en muy mal estado para continuar la travesía y que el capitán Stradling se negaba a perder el tiempo necesario para repararlo, dijo que prefería quedarse en tierra que seguir a bordo. Dicho y hecho: le dejaron solo con un hacha, un mosquete, un cuchillo, una cazuela, algunas mantas y ropas y un ejemplar de la Biblia. No podía sospechar que iba a permanecer allí más de cuatro años.
En ese tiempo, Selkirk aprendió a sobrevivir en circunstancias extremas, primero en la playa y luego, cuando los leones marinos la invadieron en la época de apareamiento, en el interior de la montañosa isla. Se alimentó de crustáceos, peces, nabos silvestres y bayas, pero también de la leche y la carne de cabras que habían sido abandonadas por anteriores visitantes. Fabricó herramientas con restos de barriles que halló en la playa y así pudo construir dos cabañas, una para dormir y otra para cocinar y comer, y hacerse ropas nuevas cuando las necesitó, para lo cual le fueron de gran utilidad las enseñanzas de su padre. Los principales peligros que arrostró fueron las ratas –a las que puso cerco domesticando gatos salvajes– y la visita de dos barcos españoles, de los que se escondió con éxito. Su principal distracción: leer la Biblia y entonar salmos.
El rescate largamente esperado se produjo el 2 de febrero de 1709, cuando otra expedición comandada por Dampier arribó al archipiélago. La fortaleza y serenidad de Selkirk sorprendieron a todos. El escocés regresó a Reino Unido en 1711, disfrutó de una efímera fama –su historia dio lugar a un par de relatos y artículos periodísticos–, volvió a meterse en líos de faldas, disputas y actos de piratería y finalmente murió de fiebre amarilla en Ghana en 1721, a los 45 años. Poco antes, en 1719, Daniel Defoe publicó una de las más famosas novelas de aventuras de todos los tiempos: Robinson Crusoe. Sin duda, una de las fuentes principales de inspiración para el personaje de su náufrago fue Selkirk. En homenaje a ambos, dos islas de Juan Fernández han sido rebautizadas: Más a Tierra se llama hoy Robinson Crusoe, y Más Afuera, Alejandro Selkirk.

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