ORÍGENES LITERARIOS DE LA NOCHE TOLEDANA

La fantasía popular ha asimilado la expresión «noche toledana» con una cruel matanza cortesana ocurrida en tiempos musulmanes, elevándola a la categoría de leyenda bajo la nominación de la «Jornada del Foso», pero los orígenes literarios de la expresión también son agradables y jacarandosos.
Ya sabemos que una noche toledana es aquella que se ha pasado sin dormir y de mala manera. El origen de la expresión se remonta al año 797 cuando el gobernador Amrús se valió del engaño para decapitar a varios cientos de toledanos, a quienes previamente había invitado a su fortaleza, colgando sus cabezas en las almenas del cuartel situado en el lugar de Montichel, hoy conocido como Paseo de San Cristóbal. Con esta matanza, Amrús vengaba la muerte de su hijo, Yusuf, ejecutado tiempo atrás por la nobleza de la ciudad.

La base histórica de las leyendas toledanas es difusa y, en numerosas ocasiones, se diluye entre la realidad y la ficción. Aunque los detalles de esta matanza aparecen recogidos en los cronicones toledanos de los siglos XVI y XVII, como Historia o Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo de Pedro Alcocer, impresa en 1554, relatos similares a la «Jornada del Foso» se repiten en episodios como la Campana de Huesca o la muerte de los Abencerrajes, ubicados en la ciudad aragonesa y Granada, respectivamente. El filólogo Álvaro Galmés de Fuentes, sobrino nieto de Ramón Menéndez Pidal y destacado arabista, consideraba que esas narraciones podían considerarse la pervivencia de una leyenda de época preislámica que también tenía su variante en los ardides del rey de Persia para acabar con la tribu de los Tamim.
Siglos antes de que las leyendas toledanas comenzasen a ganar terreno de mano de escritores como Zorrilla y Bécquer, como forma literaria de narrar hechos históricos o tradiciones populares, Lope de Vega también contribuyó a incrustar en el imaginario colectivo la expresión «noche toledana». Ese fue el título que dio a una de sus comedias escrita en 1605, con motivo de las fiestas que se organizaron en Toledo por el nacimiento del príncipe Felipe III. Se trata de una sátira de enredo y simulaciones, que se desarrolla en un mesón toledano a donde llegan sus protagonistas buscando pasar una noche placentera con sus respectivos amores. Su final es tan licencioso que hasta un capitán y un alférez acaban formando pareja, amaneciendo muy complacidos.
En uno de los pasajes de la obra, el criado Beltrán, detenido al ser confundido con un ladrón, sentencia: «Amores en Toledo son muy buenos, / si son de día, pero no de noche; / que hay cuestas espantosas y ladrillos, / hombres del diablo, avispas, perros, pulgas, / tejados, gallineros y alguaciles». Cualquiera diría, al leer estos versos, que a las orillas del Tajo se concentraban en aquellas noches de los tiempos de Lope las diez plagas bíblicas.
En cierto modo, el desagrado de estos versos fue acogido en el Thesoro de la Lengua Castellana, publicado por la familia Covarrubias y Orozco en 1611, donde se decía que la noche toledana era aquella que «se pasa de claro en claro, sin poder dormir, porque los mosquitos persiguen a los forasteros que no están prevenidos de remedios como los demás». Con ello quedó fijada la expresión como sinónimo de velada inquieta y agitada. Y así se recogió en algunas pequeñas obras literarias del XIX como Noche toledana: juguete cómico en un acto de Ventura de la Vega (1841) o Una noche toledana: comedia en un acto y en prosa de Enrique Pérez Escrich (1870), si bien en ellas ya no aparece una trama amorosa, sino un considerable trajín de visitas inoportunas o padecimientos físicos que impiden a los protagonistas pegar ojo en la vigilia.
En la segunda mitad de siglo XIX se produjo la consolidación de la leyenda como género propio de la literatura toledana. Uno de sus pioneros fue Eugenio de Olavaria y Huarte, quien en 1880 publicó Tradiciones de Toledo, donde se recogía el relato «Una noche toledana» recreando la citada matanza musulmana. Su estela fue seguida por otros destacados creadores como Juan Marina, Juan Moraleda y Esteban, José Esteban Marín o Luciano García del Real. El dramatismo de la situación narrada por ellos superó en aceptación popular al licencioso y jaranero espíritu descrito por Lope y así cuando decimos que hemos pasado una noche toledana nos referimos a las penosas horas de insomnio, cuando la razón del desvelo también podría ser mucho más parrandera. Y así se recogía en un artículo del escritor y militar José Ibáñez Marín, publicado en las páginas dominicales de Diario de Toledo en 1894, cuando se preguntaba «¿quién, sobre todo siendo mozo, no ha pasado una “noche toledana” en brava jácara con ingredientes y auxiliares gustosos?», añadiendo que de semejantes embelecos no se habían librado ni soldados galanes, ni reverendos clérigos, ni guapos curtidos en lides rufianescas.
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