Los
libros son maestros de la vida.
Se escriben y publican para ser leídos por otros y para que otros
aprendan de ellos, apliquen su saber y lo disfruten con mayor
deleite. El
libro transporta ideas llevando
el pensamiento de una persona a través del tiempo, de una generación
a otra, permitiendo conocer las ideas de un ‘creador’
incluso después de su muerte. Es
definitivamente el invento más valioso de la humanidad. Infinidad
de pensadores
e intelectuales que nos precedieron y dejaron la fortuna de su legado
en tinta y papel nos
enseñan en cada lectura, unas
veces,
a
recordar lecciones
que creímos olvidadas (y
que
nos conduce
a
ver las cosas en tercera dimensión –basta
aplicar lo enseñado para conocer la realidad que vivimos y sus
causas–)
y,
otras,
son
capaces
de cambiar nuestra
visión
sobre la vida, nuestra forma de actuar, pensar o sentir en relación
a una circunstancia concreta. Así,
leer
también
nos
permite
aprender ideas y conceptos, cambiar nuestra forma de comportarnos
ante determinadas situaciones y reforzar ciertas creencias por encima
de otras. Porque leer
es
un aprendizaje y
la huella que nos
puede dejar siempre va a ser imprevista. Por
tanto, la
lectura marca e influye
nuestra forma de
ser
no
sólo por aumentar nuestra curiosidad y conocimiento y, de
esta manera,
ejercitar nuestro cerebro y
mantenernos informados,
sino también
por liberar nuestras emociones, conectando
y poniéndonos
en la piel de otras personas y/o
personajes y
así conocernos mejor a nosotros mismos.
Entre
sus páginas, los
libros
nos invitan a sumergirnos en las aventuras más impensadas con
objeto de
evadirnos y explorar otros mundos,
y, por su mensaje o enseñanza, serán
imposibles de olvidar. Perderse
dentro de la lectura es una actividad que muchas personas
aprovechamos
en nuestro
tiempo libre, sin
embargo, no son los únicos momentos en los que vemos la necesidad de
utilizar esta habilidad, pues
aunque
nos
ofrece compañía cuando la soledad nos embarga, nuestro escape
cuando no tenemos a dónde ir, y, por supuesto, nuestra herramienta
para salir adelante cuando las dificultades nos agobian, a
su vez abre
un campo de oportunidades para el desarrollo de la imaginación y la
creatividad, encontramos
respuestas a
las preguntas
que nos
planteamos,
incrementamos nuestra
capacidad crítica
y
mejoramos nuestras relaciones personales y sociales al participar en
conversaciones con argumentos y formación suficientes para opinar.
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