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HENRY LOUIS MENCKEN (1880-1956), EL SABIO DE BALTIMORE


Hubo un tiempo en que los mejores periodistas eran los críticos. De los críticos aprendieron los cronistas a tratar la realidad como quien descerrajaba los secretos de una novela o una pieza de teatro. De entre todos los grandes periodistas, el más divertido es el norteamericano H. L. Mencken. Su vitriólico espíritu de controversia reinó en la prensa norteamericana desde mitad de 1920 a finales de 1940. Fue un estudioso de la lengua hablada, del ejercicio político, un recalcitrante satírico y un incómodo compañero de viaje para cualquier fiel ideólogo. Nunca creyó en el oficio de periodista como un rincón de pureza, sino de combate. Rivaliza con Ambrose Bierce y Mark Twain como el autor norteamericano más citado, porque siempre una perla de ingenio coronaba sus mazazos.
Mencken reflexionó sobre la legislación de su tiempo y no había dinámica política que no desnudara su afilada pluma. Nacido en Baltimore, de origen germano, se asomó al balcón de las dos grandes guerras mundiales para concluir que el ser humano era incorregible. Conservador antipuritano, la película de Stanley Kramer La herencia del viento lo retrató como un ateo irónico, defensor a ultranza de las tesis de Darwin contra el oscurantismo eclesiástico y fanatismo antievolucionista. En ella lo interpretó nada menos que Gene Kelly, aunque Mencken carecía de esa aeróbica majestad. Respondía más al aspecto de un W. C. Fields con la nariz hinchada por horas de barra. Pero ¿acaso el cine no es siempre cosmética de la realidad?
Peleó contra supersticiones y prohibiciones, incluida la ley seca sobre la que disparó sus mejores balas, y su combate contra el sentimentalismo vano, queda explicado en sus palabras. “El ser humano es de una vileza difícil de superar. Pero es aún peor cuando trata de disimular su vileza. Ninguna prostituta ha causado jamás un daño mayor a la comunidad que el que causan los cruzados antivicio y las brigadas antiobscenidad. Nuestro crimen es contar los hechos y no las ilusiones, aunque lo que más irrita a la gente es que le digas la verdad. Nunca una persona sincera será popular. El gusto del público busca otra mercancía. Para lograr su agrado has de venderle lo reconfortante”.

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