Médico
y escritor escocés, creador de Sherlock Holmes, uno de los más
vívidos y perdurables personajes de ficción y prototipo de los
modernos detectives. Fue un
autor prolífico cuya obra incluye relatos de ciencia ficción,
novela histórica, teatro y poesía.
Sherlock
Holmes
¿Quiénes
no conocen hoy las hazañas de Sherlock Holmes, el héroe
detectivesco que hizo correr ríos de tinta a su creador, Arthur
Conan Doyle, sobre sus enrevesados casos?
Arquetipo del detective deductivo, analista y elaborador de teorías habitualmente acertadas, tenía la mirada aguda y penetrante, y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución.
Arquetipo del detective deductivo, analista y elaborador de teorías habitualmente acertadas, tenía la mirada aguda y penetrante, y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución.
Delgado,
nervioso, empecinado, Sherlock sólo usaba razonamientos científicos
para resolver misterios y realizaba las más sorprendentes
deducciones a partir de detalles triviales y evidencias que, por
supuesto, todos pasaban por alto.
Entre
sus excentricidades, o más bien cualidades, figuraba su asombrosa
capacidad para disfrazarse sin ser reconocido, o la maestría con que
tocaba su Stradivarius a horas intempestivas. Le volvían loco las
galletas, casi tanto como la cocaína, a veces, y el tabaco de su
pipa curvada de tres cuartos. Como apicultor era un verdadero tesoro
y propinaba unos puñetazos dignos de todo un campeón del
cuadrilátero. Para más señas, Holmes residía en el número 221B
de la vaporosa Baker Street, en el corazón de Londres.
Pero
la nota que le distinguía de los demás detectives, convirtiéndolo
en el más excelso de todos, era su gran conocimiento de la química
y, sobre todo, su sorprendente capacidad de deducción para
desenmascarar al asesino más escurridizo.
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El doctor John H. Watson fue su compañero; aunque obtuso y distraído es quien habitualmente narra las historias. Y el profesor Moriarty fue el archienemigo de Holmes, un brillante matemático que puso su genio al servicio del crimen. Es posible que el criminal estadounidense Adam Worth (1844-1922) inspirase a Conan Doyle en la creación del eterno enemigo de Holmes: el profesor James Moriarty. Apodado el «Napoleón del mundo criminal» por el detective de Scotland Yard Robert Anderson, Doyle lo denominó en boca de Holmes como «la araña en el centro de una gigantesca red del crimen cuyos hilos sólo él sabía mover». La mayor mente criminal de la Europa victoriana. Moriarty dirigía en la sombra un complejo sindicato internacional del crimen con la ayuda de su lugarteniente, el coronel Sebastián Moran. Este personaje moriría, junto con Holmes, tras una trágica caída por las cataratas de Reinchenbach en el río Aar, a la altura de la localidad alpina de Meiringen, en Suiza. La muerte literaria de Holmes en «El problema final» provocó un aluvión de reclamaciones por parte de los seguidores del personaje de Conan Doyle, quien debió resucitarle en «La aventura de la casa vacía».
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La
moderna novela de detectives, con todas sus convenciones, se
considera que nació en 1841 con Los
crímenes de la calle Morgue de
Edgar Allan Poe (1809-1849) y La
piedra lunar de
Wilkie Collins en 1868, pero Sherlock Holmes ha pasado a la historia
como el más famoso de todos los detectives.
Personaje
dilecto del cine, su actor más representativo fue Basil Rathbone.
Luego fue animado por Christopher Lee, Roger Moore, Peter Cushing,
Nicholas Rowe, Michael Pennington y Anthony Higgins. En toda la
historia del cine, es el personaje sobre el que se han producido más
películas (120).
¿Quién fue Sherlock Holmes en realidad?
Médico, profesor y ayudante de la propia Scotland Yard, así era Joseph Bell, hombre clave para desenmascarar a Jack el Destripador e inspirar a Doyle.
El
autor modeló este personaje basado en su profesor de Medicina, el
doctor Bell, de quien tomó sus amaneramientos y métodos; de hecho,
la célebre muletilla del detective literario a Watson,
«elemental...», solía emplearla el profesor con sus alumnos
durante sus clases en la Universidad de Edimburgo.
Bell
fue un insigne precursor de la medicina forense que puso su
portentosa capacidad de observación y deducción a disposición de
los sabuesos policiales de Scotland Yard. Nada absolutamente, por
insignificante que resultase a simple vista, pasaba inadvertido al
examen minucioso de este individuo implacable y perspicaz. Desde la
forma de caminar hasta la indumentaria o el modo de expresarse y
guiñar un ojo resultaban cruciales para la resolución de un crimen.
No
en vano, el doctor Bell explicaba incansable a sus alumnos «el
estudiante debe ser amaestrado sobre cómo observar. Para
interesarles en esta clase de trabajo, nosotros los profesores
encontramos útil mostrar al estudiante cuánto puede descubrir un
entrenado uso de la observación sobre temas ordinarios como la
historia previa, la nacionalidad y la ocupación de un paciente».
¿No recuerdan acaso estas palabras a las pronunciadas por el
mismísimo Sherlock Holmes a su inefable ayudante, el doctor Watson?
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